Somos una sociedad plena de contrastes. Por un lado, se acercan las vacaciones y la elección del lugar de veraneo, los preparativos y la planificación; por otro lado se incrementa el sufrimiento de miles de refugiados que huyen de sus países buscando un mínimo de dignidad para subsistir.
Las pateras se incrementan y el sufrimiento de tantos seres llegan a nuestras costas, mostrando una realidad, al menos, provocadora.
El turismo o evasión de las rutinas se está convirtiendo en una obligación casi impuesta. Si durante el verano no consumes este producto pareces una persona “rara” y extraña. Grandes desembolsos se orientan hacía esta diversión contemporánea. El turismo de nuestro mundo occidental y opulento mueve grandes cantidades de recursos económicos en este inmenso negocio.
El sufrimiento de tantos refugiados grita a la conciencia moral de nuestra sociedad, distraída en un bienestar evasor e insolidario.
Estas personas necesitan algo más que unas campañas mediáticas, ideológicas o sensibleras, sobretodo nos invitan a una concienciación colectiva del origen de estas injusticias. Los políticos, desde sus despachos, miran a estas personas como un problema, cuando debería ser una oportunidad para corregir el caldo de cultivo que las generaron, desde las “mafias” y sus sucios negocios con el tráfico humano hasta las corrupciones de sus gobernantes, desde la explotación salvaje de las materias primas hasta las guerras incesantes que son alimentadas desde occidente con el suministro de armas…
Las vacaciones, para unos, es una ocasión inmejorable de huir de sus países inmersos en la pobreza, la guerra y la explotación de sus gentes; para otros es una ocasión inmejorable para huir de sus rutinas, cansancios y aburrimientos cotidianos, fruto de una sociedad “aburguesada” y acomodada. El refugiado añade a su sufrimiento de por sí, el alejamiento de su familia, de su cultura, de sus raíces, etc. Para nosotros, ¡ojalá! sirvieran las vacaciones para intensificar y renovar nuestros vínculos familiares, nuestras relaciones interpersonales, etc.
Para unos las vacaciones son bienestar, aventura y despilfarro; para otros se convierten en un viaje sin retorno, una aventura de altísimo riesgo y una mendicidad humillante.
El descanso no es sólo un tiempo, una estación climatológica o unas vacaciones, es sobre todo un estado donde aprendemos a agradecer el día a día, la historia y las realidades cercanas, es sobretodo sentirse amado gratuitamente para poder amar con la misma gratuidad, especialmente, al más marginal y desahuciado de la sociedad
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso». (Mateo 11, 28). III