Podría haber dos maneras de constatar un delito de rebelión: la primera, que hubiera violencia de quienes se quieren alzar contra el poder instituido y la segunda, que hubiera alzamiento encubierto de la fuerza que ostenta el monopolio de la violencia para garantizar un alzamiento, aunque fuera pacífico, de las instituciones y de la ciudadanía.
En este último caso, más que violencia habría habido violentación, pero la violentación es una conjugación del verbo violentar. Y violentar implica violencia.
Quizás esa argumentación sea un poco forzada pero ¿qué no ha estado un poco forzado en todo este asunto del soberanismo y su desarrollo? Lo cierto es que ahora se está viendo que una buena parte de la estrategia de acusación sobre el delito de rebelión tiene más que ver con la utilización de los Mossos de Esquadra, que con el alzamiento violento de las masas, que es algo que costaría demostrar. En cambio, la pasividad manifiesta de los Mossos y su contribución al desconcierto a lo largo de los dos meses que van de primeros de septiembre del 2017 a mediados de noviembre de ese mismo año, resulta muy elocuente. Surge ya con el relevo del conseller del Interior Jané por Forn, confirmando la evidencia de la proclividad del segundo a ser más arriesgado que el primero en el retorcimiento de la legalidad, llega a su culmen en la actuación del 1-O, y se refuerza con las acciones del 3 de octubre y siguientes.
La dejación de los Mossos
El secretario de Estado de Seguridad que declaró el lunes fue la punta de lanza de esa estrategia de la Fiscalía, punta de lanza que se va a convertir en un importante instrumento de agresividad cuando declaren Enric Millo y Pérez de los Cobos que van a explicar, supuestamente con mucho más lujo de detalles, en que consistió la dejación de los Mossos y porque hay alguien que se atreve a hablar abiertamente de rebelión en esta causa.
¿Se rebelaron los Mossos? ¿Hubo alzamiento de las fuerzas policiales catalanas, violentando sus deberes de policía judicial al servicio del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y de la Fiscalía General? ¿Es ahí donde señalaba el juez Llarena y donde va a meter sus zarpas la acusación pública? Todo eso lo veremos en los próximos días, pero lo que parecía una quimera en las primeras semanas de juicio, va tomando una forma algo más coherente y por eso los abogados defensores se muestran ahora mucho más precisos, incluso abiertamente más combativos. Melero, que sigue siendo el letrado más perspicaz, más brillante y probablemente más efectivo, se cebó ayer en las contradicciones de Nieto y matizó muy bien sus apreciaciones en las respuestas dadas a la Fiscalía.
Es posible que su inteligente táctica de cerco a los máximos responsables del operativo tenga éxito porque él si parece saber la justificación última del instructor Llarena en su reiterada contumacia en la acusación de rebelión. La manera de demostrar que los Mossos no fueron el soporte de la rebelión no pasa probablemente por explicar su pasividad en muchas actuaciones donde se requería su presencia, sino en poner de manifiesto que su negligencia se debía más a la evidencia de que sus esfuerzos eran inútiles que a su adscripción soberanista. Explicando por qué no era posible poner sobre los Mossos toda la responsabilidad en lo que los jueces mandaron en esos días, demuestra que no se podía esperar de su defendido otra cosa que lo que consiguió y, en consecuencia, que no hubo voluntad de rebelión, sino como mucho, constatación de imposibilidad.
No es fácil la tarea porque todo el que quiso pudo ver en Cataluña la realidad de los hechos: yo mismo tengo una escuela a 100 metros de mi residencia que jamás tiene actividades los fines de semana y ese fin de semana del 1 de octubre se llenó de gente por la noche, invitada a actividades extraescolares sin límite de tiempo, de modo que por la mañana, esa escuela, que es siempre colegio electoral, estaba llena de gente antes del horario de apertura. Con el colegio electoral en plena ebullición yo pude ver a una pareja de los Mossos de Esquadra en el exterior del colegio, departiendo pacíficamente con la ciudadanía. Si desde luego tenían órdenes de actuar como policía judicial para requisar urnas y papeletas, las incumplieron tajantemente. Lo cierto es que ni siquiera lo intentaron.
Teatro, puro teatro
No fue un hecho aislado ni ninguna novedad. Formaba parte del mensaje no escrito pero ampliamente divulgado según el cual todas las escuelas que pudieran —y que estaba previsto que fueran colegios electorales al día siguiente— harían actividades extraescolares la noche del sábado para garantizar que esos espacios de votación estuvieran repletos de gente, de manera que cualquier mandato de la policía judicial tuviera que interrumpirse para no verse involucrada en episodios violentos de desalojo, de requisa de material y de anulación de la actividad de votación. Eso es lo que pasó. En definitiva, algo que estaba previsto desde hacía mucho tiempo: que unos iban a votar desafiando al Estado, que unas fuerzas priorizaban la convivencia frente a la ilegalidad mientras que otras priorizaban el mandato judicial, aunque para ello tuvieran que utilizar una violencia para la que están perfectamente autorizados.
Quien se mostrara sorprendido, en un bando u otro de la trinchera, no hacía otra cosa que hacer teatro. Y también eso lo pusieron de manifiesto las respuestas del secretario de Estado de interior, Nieto. Unos sabían que iban a votar, pasara lo que pasara, e infringiendo lo dictado por el gobierno y los jueces. Y los otros sabían que iban a poner impedimentos varios: con porras y empujones, con entradas violentas en los colegios y desalojos por la fuerza.
Por eso aboca a la perplejidad la queja tremenda del soberanismo sobre la violencia policial. Eso es lo que ocurre siempre que uno se opone a la voluntad de la policía. Aunque la oposición consista en resistencia pacífica, la policía siempre actúa con la contundencia necesaria. Si no actúa con violencia es porque no quiere, no porque no pueda o porque no tenga la legalidad de su parte. Entre esos dos millones potenciales de movilizados el 1 de octubre, había probablemente miles que jamás se midieron con las fuerzas de seguridad. Pero quienes corrimos delante de los grises durante el franquismo o vimos las cargas de los Mossos en las decenas de manifestaciones en Barcelona que fueron reprimidas por la fuerza, lo que ocurrió el 1 de octubre no fue ninguna novedad. La novedad fue, justamente, no ver Mossos de Esquadra vestidos de antidisturbios.
Habrá que estar atentos en los próximos días —especialmente con las declaraciones de Millo y Pérez de los Cobos— para ver si la estrategia de poner a los Mossos en el punto de mira es solo un artificio o el dedo en la llaga.