Una insólita protesta lleva de cráneo al Ayuntamiento de L’Hospitalet. Los vecinos están que trinan porque les están cortando los escasos árboles con los que convivían en sus densificadas calles, muchos de ellos plantados en la era del primer alcalde socialista, Ignacio Pujana, y por lo tanto, con hasta 4 décadas de vida.
Los responsables del arbicidio alegan un fallo de comunicación, porque plantarán otros, naturalmente más pequeños. Los activistas deberían contactar con la baronesa Tita Cervera para que se encadenara a un árbol como hizo hace 12 años con los del madrileño Paseo del Prado y los salvó. Es una idea.
A mi tía Antonia Hermosilla le gustaba abrazar árboles. No era una hippie, sino una señora de 70 años que aseguraba sentir un gran bienestar después de estar un rato abrazada a un árbol del barrio de Can Vidalet, en Esplugues, donde vivía. No hace falta ser un na’vi, habitante del planeta Pandora de la película Avatar para saber que conectarse de esa forma con la naturaleza nos altera para bien nuestra estabilidad emocional. Matthew Silverstone, en su libro Blinded by Science, explica algunos de los beneficios que otorgan los árboles en las enfermedades mentales, el Trastorno de Hiperactividad por Déficit Atencional (ADHD en inglés), los niveles de concentración, el tiempo de reacción y la depresión. Pero aún sin padecer esas patologías, abrazar a un árbol nos ayuda incluso a aliviar dolores de cabeza, como le ocurría a mi tía Antonia
El pensamiento perennalista se basa en lo inmutable, la verdad que comparten las grandes tradiciones religiosas; lo que es único, universal y recordado por los diferentes santos, místicos, filósofos y sabios cuyas reflexiones y experiencias han ido confirmando, a lo largo de la historia, la unidad trascendente de todas las creencias de la humanidad. Hoy en día, el perennalismo comporta ser ecologista profundo, una suerte de Jake Sully, el marine protagonista de Avatar, aquella película de James Cameron que nos hizo reflexionar sobre si tenemos un cuerpo o somos un cuerpo, y nuestra pertenencia a la naturaleza, en extremo olvidado porque habitamos esos constructos humanos que se llaman ciudades.
¿Debemos con sentirlo?
Nadie que haya visto Avatar considera que fuera necesaria la destrucción del árbol sagrado de los na’vi, ni disfrutó al ver colapsar la principal fuente de vida de Pandora, un planeta modelo de paraíso en el que se manifiesta la teoría de Gaia de que la Tierra es un organismo donde reina la armonía y el equilibrio entre todos los seres que la habitan, sean vegetales o animales. La paradoja de la película es que los hombres son los inhumanos y los alienígenas los humanos. Como ocurre ahora con la inhumanidad de los mayores y la humanidad de nuestros jóvenes, que se nos antojaban alienígenas, pero que nos han hecho mirar nuestro mundo a través de sus ojos, sentir su rabia.
Muchos somos los que nos agarramos a esa energía para poner de manifiesto la necesidad de cambio. Un cambio real, urgente y decidido hacia la creación de una sociedad sana, igualitaria y en armonía con nuestro entorno. Y debemos empezar por nuestros barrios, ciudades y pueblos, porque la realidad es que estamos en proceso de autodestrucción.
Para la historia queda la mítica lucha de la baronesa Thyssen en 2007 cuando decidió encadenarse a un platanero del Paseo del Prado de Madrid para simbolizar su oposición a la tala. Con su actitud, Tita Cervera salvó todos los árboles de la Castellana frente al intento de un arquitecto portugués que iba a quitar el tráfico que había en medio de esa vía y ponerlo en los laterales. Para evitar que los árboles desaparecieran, ella se encadenó a uno. Y las autoridades, encabezadas entonces por el alcalde Alberto Ruiz Gallardón, le hicieron caso.
Exaltación de lo lejano
El concepto de naturaleza ha cambiado en el siglo XXI, al ser percibida como lejana, en el Montseny o Amazonas, cuando todos los expertos señalan que naturaleza también hay en tu pueblo y en tu calle. Hemos de aspirar a que las ciudades sean habitables, porque la naturaleza no solo se encuentra en la sabana africana o en esas extraordinarias imágenes del National Geographic o la BBC. Tenemos una visión televisiva y exaltamos lo lejano, como le ha ocurrido a la organización juvenil del PSC de L’Hospitalet, que en medio de la cruzada por los árboles en esa ciudad han enviado a las redes sociales un mensaje de preocupación por los incendios del Amazonas sin decir ni pío de las talas cercanas.
El último pleno del Ayuntamiento de L’Hospitalet aprobó una moción conjunta de apoyo a la huelga mundial por el clima del 27 de septiembre. En el texto se dice que se creará una mesa por el clima en esa ciudad, que se decreta la emergencia climática y que se va a elaborar un plan local de lucha contra el cambio climático, además de peticiones a la Generalitat y al Gobierno central para que cumplan sus obligaciones ambientales.
Está claro que con esas buenas intenciones, el ayuntamiento hospitalense deberá esmerarse en su comunicación, al menos en el caso de la tala y sustitución de los árboles de la ciudad. Porque cualquier día aparece Tita Cervera y monta un quilombo mediático. III