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“El coronavirus es una pesadilla. Hay que ser más joven y sano que nunca para que te ingresen en la UCI”

“El coronavirus es una pesadilla. Hay que ser más joven y sano que nunca para que te ingresen en la UCI”

domingo 05 de abril de 2020, 10:00h

Un especialista en Medicina Interna del Parc Sanitari Sant Joan de Déu de Sant Boi relata la intensa y desigual guerra que libra todo el personal sanitario para combatir al Covid-19

El doctor Francisco J.C. es un especialista en Medicina Interna, un interinista como lo denominan los propios médicos. Es decir, es uno de esos expertos clínicos a quienes siempre acaban recurriendo los galenos de atención primaria y de los propios hospitales cuando se enfrentan a enfermos de difícil diagnóstico, o afectados por varias enfermedades a la vez o que sufren afectaciones en diferentes órganos, aparatos o sistemas del organismo. En los tiempos que corren los especialistas en Medicina Interna son los auténticos cuerpos de élite de la medicina en la incansable lucha contra el coronavirus.

Francisco se vacía cada día en su trabajo en el Parc Sanitari Sant Joan de Déu de Sant Boi, con jornadas de hasta doce horas, a doble turno y prácticamente sin libranzas. Atiende en planta a los pacientes de Covid-19 que se suceden con gran celeridad. El agotamiento que sufre es enorme. Cuando llega a casa está molido, pero eso no es lo más grave.

“Lo peor es la parte anímica, espiritual. Los pacientes se complican, empeoran, y yo no tengo un tratamiento realmente eficaz que los cure. Cada día hay varias defunciones”, explica Francisco en un cuaderno de bitácora que Metges de Catalunya ha creado para que los valientes facultativos que día a día se baten en la primera línea de la trinchera contra el coronavirus, expresen sus sentimientos y se liberen, después de sus largas e intensas batallas contra la maldita pandemia que nos asola.

Con traje de astronauta

Atender a los pacientes que están en aislamiento ataviado con el equipo de protección individual (EPI), ese que parece un traje de astronauta, convierte el trabajo de los médicos en un suplicio.

No puede acercarse a ningún infectado por el Covid-19 sin una mascarilla especial FFP2, una segunda mascarilla con pantalla de protección ocular, dobles guantes y una bata impermeable blanca cubierta por una segunda capa verde fina encima. “Es como estar en la sauna, nunca había sudado tanto en mi puesto de trabajo”, relata el interinista. Cada vez que sale de la zona de riesgo tiene que ducharse. Debe desinfectar cada vez hasta el fonendoscopio cada vez que lo usa.

Para colmo falta material, los médicos y el personal de enfermería tienen que hacer juegos malabares para reciclar mascarillas batas, batas o lo que sea. “No tengo gorro y me he hecho uno con papel de secarme las manos”. Otros compañeros y compañeras de hospitales y ambulatorios de toda Cataluña luces preciosas batas azules o negras hechas con bolsas de basura que les han tejido solidariamente los ciudadanos de los municipios donde trabajan

Muertes por teléfono

Visitar a los enfermos tampoco es lo más desagradable contra lo que Francisco debe lidiar. “Lo más cruel es informar a los familiares por teléfono”, un acto frío que nada tiene que ver con la humanidad que siempre destila la profesión médica. “Hablar por teléfono con una persona a la cual no he visto nunca y darle malas noticias sobre su familiar cercano, es un mal trago al que no estoy acostumbrado”

El teléfono no es nunca el mejor medio para comunicar una muerte, aunque sea casi anunciada como la que acecha a los enfermos graves de coronavirus. “Por desgracia, a lo largo de mi trayectoria profesional, he tenido que dar malas noticias varias veces, pero siempre lo he hecho en un contexto más humanizado: en persona, en un despacho sentados frente a frente, he visto los gestos de la persona que recibía la noticia, he intentado consolarla...”.

Nada que ver con la frialdad de convertir una llamada telefónica en un funesto trámite, en un gélido e impersonal número más en el parte de víctimas que no para de crecer y donde no hay sitio para la piedad. “Escogí ser médico para cuidar de los enfermos y luchar por su curación. Pero esta enfermedad, de momento, no tiene tratamiento curativo, y además les quitamos a los enfermos el consuelo de la compañía de sus familiares”, lamenta el médico de Sant Joan de Déu.

Un bucle que se repite sin fin

Con este panorama es fácil caer en la desesperación. “Tengo la sensación de vivir una pesadilla, que está en un bucle que se repite, y se repite. Todos los días son iguales. No veo la luz al final del túnel”, solloza Francisco J.C. No hay luz al final del túnel, ni material sanitario de protección, ni camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), ni respiradores, ni el personal suficiente para atajar la masacre que está provocando el SARS-CoV-2

Y encima los médicos y el personal sanitario se ven involucrados en la macabra ruleta rusa de designar a qué pacientes salvar, siguiendo las terroríficas pautas de selección natural casi darwiniana decretada desde las altas esferas para adjudicar las escasas (por no decir inexistentes) plazas libres que quedan en las UCI) o en los quirófanos convertidos en UCI o en las Unidades de Reanimación de Pacientes Anestesiados (URPA) que se han reconvertido para atender a los enfermos de coronavirus más críticos. “Ahora hay que ser más joven y sano que nunca para que te ingresen en la UCI”, denuncia Francisco.

Acaba una jornada y casi sin tiempo para desconectar otra vez vuelta al bucle. Al traje de astronauta, a la impotencia, a los hospitales saturados, a las continuas bajas entre los sanitarios que caen como moscas y a las incontables muertes por coronavirus. “Y siguen diciendo que lo peor está por llegar. No me lo quiero imaginar. No quiero pensar” resuelve Francisco.

Rendirse, nunca

Cierra los ojos, aprieta los puños, grita y vuelve a su lucha personal contra la pandemia sin desfallecer. “Never surrender! La sociedad nos necesita para seguir luchando contra la pandemia, no podemos desfallecer”, advierte el médico de Sant Boi.

Pero no están solos. Francisco y todos los que como él luchan a brazo partido contra el Covid-19 tienen una milagrosa vacuna para protegerse de tanta oscuridad, un superpoder único que les permite transformarse en héroe en cuanto se abrochan la bata blanca: el apoyo ciego, solidario y sincero de toda la ciudadanía. “Los aplausos de las 20.00 horas nos recargan la energía”. Pues entonces, no dejemos de aplaudir ni un solo día. Solo así ganaremos al coronavirus. Que se dé por derrotado.

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