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La tentación del poder: controlar la educación de los niños

Por Mossèn Pere Rovira
viernes 04 de diciembre de 2020, 09:18h
Los estados siempre han tenido la tentación de controlar o, al menos, disminuir la influencia de las familias en la educación de los niños. Dicho de otra forma más coloquial, convertir al Estado en los auténticos “papas”.

Hace escasos meses una ministra, sin ningún tipo de rubor, dijo: “No podemos pensar de ninguna manera que los hijos pertenecen a los padres.” Esta expresión esconde una visión claramente ideológica, tendente a reducir el papel de la familia en la educación de valores y sus contenidos.

La familia ha sido, es y será siempre el mejor transmisor de lo no tangible, aquella escuela que forma a la persona en los valores más sólidos y sin fecha de caducidad. Ella forma en el individuo una actitud crítica, unos criterios que impiden ser manipulados en la concepción de la sociedad y en las relaciones interpersonales. La familia educa sin interés y gratuitamente, … buscando el bien del individuo sin intoxicaciones ideológicas e interesadas.

Al poder le molesta que las personas tengan capacidad crítica, análisis de la realidad y discernimiento sobre las propuestas que los políticos nos ofrecen. Esa tendencia no ha desparecido a lo largo de los años.

Los políticos, cuando quieren instalarse en el poder, buscan la forma de perpetuarse en él, utilizando el poder mediático y económico. La táctica más asequible es debilitar las familias e introducir en los niños sus ideologías, desde la enseñanza hasta la hiper excitación consumista. La familia, se convierte así, en un obstáculo difícil de traspasar para así implantar su ingeniería social: aborregar la masa con promesas populistas e inmediatas.

La familia es el germen más consistente para forjar una sociedad más justa y solidaria, la familia es el mejor referente moral y religioso que, algunos políticos quieren obviar. La familia está al servicio del individuo social y el “bien común”, las ideologías al servicio del poder y de protegerse a sí mismo.

Devaluar la familia incrementa el individualismo y sus consecuencias nocivas. Los padres no son figuras decorativas que delegan en el Estado sus responsabilidades. Ellos han recibido este “don” inmenso, donde el Estado debe ayudar, acompañar y colaborar en esta innegociable misión.

“No desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido de sus padres; pues de ellos aprenderás prudencia y a dar respuesta en el momento justo. (Eclesiástico 8, 9)”. III

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