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Las cartas (a los Reyes Magos) sobre la mesa
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Las cartas (a los Reyes Magos) sobre la mesa

Visión de futuro, amplitud de miras, financiación, oportunidad y determinación. Este es el quinteto básico que cimienta cualquier proyecto de infraestructura estratégico y ambicioso.
Visión de futuro, porque una obra de gran complejidad y presupuesto nunca debe ceñirse al corto plazo o quedará obsoleta y con los números en rojo antes incluso del alumbramiento. Amplitud de miras, porque a la hora de dibujar planeamientos irreversibles deben tenerse en cuenta todas las sensibilidades, deben pulirse todas las aristas, para no dejar flecos, y deben tamizarse todas las propuestas, para filtrar lo bueno de cada una y destilar la mejor alternativa. Garantía de financiación, sin ella nunca se llega a ningún sitio. Oportunidad, la ocasión la pintan calva y dejar escapar una buena oportunidad conlleva secuelas. Y determinación, para que las ideas brillantes y las grandes soluciones no se queden en papel mojado.
Acometer el proyecto de ampliación del aeropuerto Josep Tarradellas de Barcelona-El Prat, que está llegando al límite de su operatividad (el número de pasajeros en los diez primeros meses del año ya supera los 42,2 millones, un 20,3% más que en el mismo periodo de 2022) es tan ineludible como urgente. El Prat precisa convertirse en un hub (de conexiones) de vuelos intercontinentales y reflotar el tráfico de mercancías, que no remonta y sigue en descenso (cae un 1% respecto al ejercicio anterior). Pero por kafkiano que parezca, sigue encallado en una especie de limbo ideológico. Casi nadie pone en duda que debería retomarse el debate y cincelarse un consenso sobre este asunto (cerrado abruptamente cuando el Govern de la Generalitat dio un portazo a la propuesta de AENA pese a que venía con un pan de 1.700 millones de euros bajo el brazo). Pero nadie parece dispuesto a ponerle el cascabel a este escurridizo gato.
A pesar de que quien más y quien menos sigue rasgándose las vestiduras al rememorar que hace tres años se perdió una oportunidad de oro cuando la inversión –que estaba incluida en el Documento de Regulación Aeroportuaria (DORA)- fue desdeñada y pasó de largo. Casi al día siguiente de la devacle justificada por el impacto ambiental de ampliar la tercera pista a costa del sacrificio de la laguna de la Ricarda, ya surgieron voces reclamando que el territorio se sacara una alternativa de la chistera. Pero esa fruta no maduraba. Hasta que Foment del Treball- ha vuelto a sacar a la palestra la resurrección del proyecto, esta vez con el máximo consenso institucional posible. Y no lo ha hecho con palabrería sino poniendo todas las cartas sobre la mesa: hasta once propuestas de ampliación, entre las que destacan dos: ampliar la tercera pista pero salvando la Ricarda con un viaducto, o funcionar con pistas independientes, una opción con menos visos de prosperar porque el Ayuntamiento de Castelldefels (“el más afectado por la ampliación”, como reitera su alcalde, Manu Reyes) no va a tolerarla bajo ningún concepto.
Así que ya solo queda sobre el tapete una única baza –la de la pista ampliada que ‘sobrevolaría’ la laguna sobre pilares-, una opción que ya responde a cuatro de los cinco requisitos enumerados al comienzo: visión de futuro, amplitud de miras, financiación (que según un estudio de la Universidad de Barcelona, se amortizaría en un solo trienio gracias al aumento de la operatividad) y oportunidad (es el momento). Solo le falta determinación. Es decir, que administraciones y políticos se aten los machos y permitan que germine el consenso. Pero tienen que ponerse. Es cierto que para los ecologistas y, por ende, el Ayuntamiento de El Prat, la Ricarda es poco menos que intocable, pero a nadie se le escapa que la variante de Foment, aderezada con un paquete de medidas de corrección del impacto ambiental, es la más viable y solvente de las presentadas hasta el momento. Sin obviar que las arcas municipales pratenses podrían arrancarle al aeropuerto un incremento sustancial del IBI (que ya supera los 31,5 millones de euros y supone el 30% de todo su presupuesto anual).
Si el Josep Tarradellas se convierte en un hub –bajo estas premisas- podría acometerse otro vital proyecto (reclamado, por los partidos del arco independentista del Parlament de Catalunya e incluso por Manu Reyes): potenciar los aeropuertos de Girona, Reus y Lleida. Y es que especializar las pistas barcelonesas en vuelos transoceánicos supondría reducir el número de vuelos cortos, que serían perfectamente asumibles por el resto de la red catalana si está convenientemente conectada con las terminales de la capital con trenes de alta velocidad.
Sea como fuere, y como estamos en las navideñas fechas en que estamos, no iría mal que de forma generalizada (y siempre en aras del interés general) incluyamos en nuestras inminentes cartas de peticiones a los Reyes Magos de Oriente que nos traigan, más pronto que tarde, un aeropuerto de El Prat mucho más intercontinental. ¡Feliz Navidad a todos! III
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