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Alexei Shirov en el hotel El Castell de Sant Boi de Llobregat, durante el último El Llobregat Open Chess Tournament (Fotografía de Llibert Teixidó para La Vanguardia)
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Alexei Shirov en el hotel El Castell de Sant Boi de Llobregat, durante el último El Llobregat Open Chess Tournament (Fotografía de Llibert Teixidó para La Vanguardia)

Alexéi Shírov, la belleza absoluta

Por Jorge I. Aguadero Casado
domingo 28 de enero de 2024, 09:41h
El nombre de Alexéi Shírov hay que decirlo como si nos hallásemos en el salón del castillo del Rey Pescador. El hispano-letón simboliza el Grial que el común de los aficionados ambiciona, tanto en El Llobregat Open Chess Tournament como en cualquier otro lugar del mundo en el que se juegue al ajedrez.

Se ha escrito tanto de su capacidad para producir belleza que esta semblanza está condenada a quedarse corta pero, lo mismo que a Perceval le costó reconocer el Grial cuando le fue mostrado, haría mal el lector en llevar la vista sólo a los éxitos deportivos de Alexéi (que son muchos, desde luego) porque, habiendo rozado con la yema de los dedos la corona mundial, el destino tuvo otros planes para él: Shírov es nuestra reserva espiritual, la belleza de la creatividad y el cálculo, la luz que se arroja salvadora para que los que no estamos tocados por los dioses sobrevivamos a la rutina del día a día.

He de confesarles que, a lo largo de mi trayectoria como entrevistador, nunca me había acercado a Alexéi: me habían hablado muy bien de él, pero no quería que mi ídolo se me humanizase. “Eso es poco profesional”. No, no lo es. El cronista al que le falle su corazón de aficionado tiene un problema, que traslada a las personas que le leen. Había que esperar el momento adecuado, que fue poco antes de la entrega de premios del IV El Llobregat Open Chess Tournament, con él entre los premiados.

Un té verde con Shírov es un placer que despeja muchas dudas y abre camino a nuevos interrogantes. La voz cavernosa, inconfundible, del hombretón de mirada hiperactiva rebosa solemnidad. Hay cierta prisa en sus maneras, pues trata de encauzar el caudal de sus ideas en un hilo conductor, pero se percibe al momento que cada palabra es un muro de contención ante la avalancha que queda silente. Hay, en ese proceso, una acumulación de energía muy potente. En confianza, no sé si eso es bueno o malo para su ajedrez.

“¿Somos como jugamos? ¿Jugamos como somos?”. Eso suele decirse y, sabiendo del estilo atrevido de Alexéi, ahora me encaja más que sea un hombre tan prolífico en esposas como en hijos. Nuestro héroe es un romántico, pasamos la tarde hablando de poesía, un género literario del que demuestra ser muy buen conocedor. Shírov, en el otoño de su carrera, incendia la hojarasca en el tablero como en sus años mozos y, allí donde juegue al ajedrez, lleva la pasión de nuestro deporte consigo.

Pueden disfrutar, a continuación, una de sus hermosas partidas de ajedrez, una victoria de 1989 ante Vereslav Eingorn que discurre por cauces asombrosos. ¡Fuego en el tablero!

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