Encuentro a faltar una seria reflexión ética sobre el clima bélico que se está generalizado en los países de nuestro entorno.
Desde los extremos, sea una justificación o una repulsa, percibo que las guerras son argumentadas desde un desprecio sobre el valor fundamental de la vida humana.
No quiero ser ingenuo y asumo que las guerras siempre han existido desde que el hombre conquista o defiende sus intereses. Quisiera introducir unos puntos que despierten nuestras conciencias, ya de por sí debilitadas en la cultura predominante: el egoísmo.
* La vida es un valor fundamental que debería ser protegida desde todos los estamentos políticos, económicos o culturales. La vida, en ocasiones, se ha convertido en puras estadísticas frías e impersonales. Se cuantifica las muertes con cifras indignantes, sean de un bando y del otro. Fácil y erróneamente nos posicionamos entre los “buenos y malos”, entre los “míos y los otros”. Mientras tanto, las cifras ganan a las personas.
* Detrás de cada vida hay una historia, una familia, unos proyectos... etc. Nos olvidamos con demasiada frecuencia de las consecuencias que comporta cualquier destrucción de la vida: las guerras destrozan a muchas más personas que las propias víctimas. Genera unos odios, unos resentimientos y unos ánimos de venganza que cicatrizan en varias generaciones. Y nosotros, sutilmente, nos vamos insensibilizando y acostumbrando a las informaciones que aparecen día tras día en los medios de comunicación.
* Las guerras no se generan en poco espacio de tiempo, son gestadas a lo largo de la historia por interés territoriales o económicos, fruto de convertir los sentimientos patrióticos en auténticos ídolos. La codicia, la ambición y la egolatría de los poderes ciegan la perspectiva del diálogo y los acuerdos de paz. ¿Qué nos impide trabajar por la paz? Las negociaciones deberían prevalecer sobre cualquier conflicto. Esta incapacidad del ser humano ya contrastada a lo largo de la historia de ¿dónde nace? Asumir que las guerras son el resultado y la suma de muchas insatisfacciones personales y colectivas es un buen punto de partida. Proponer la paz a nivel global es una ingenuidad irresponsable y utópica, si no construimos una paz entre los círculos más cercanos (familia, escuela, políticos, etc.) es decir, si propongo la paz universal sin construir una cultura de la paz entre nosotros, todos los intentos serán estériles e infructuosos. III
“Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz,…” (Ro 8, 6)