www.elllobregat.com
Mi héroe (“Pili, yo te llevo')
Ampliar

Mi héroe (“Pili, yo te llevo")

Por Jorge I. Aguadero Casado
sábado 31 de agosto de 2024, 11:00h
¿Por qué somos como somos? ¿Quién ha influido en nuestro modo de ver la vida y de tratar con las personas? Probablemente fuese una persona común, cercana… ¿Se han sincerado? ¡No desaproveche la oportunidad de decírselo en vida!

Tengo la fortuna de escribirles mientras escucho el Aria para la cuerda de sol, del siempre oportuno Bach. El clima de Barcelona nos está dando un respiro, ¿qué sentido habría en no aprovecharlo? Miro a mi alrededor y, en esta terraza del barrio, las gentes pasean miradas de complicidad, pues nada sustancial hace sospechar que aquí haya pasado casi medio siglo desde que era un niño.

Pero, mal que me pese, sí han pasado muchas cosas. Entre ellas, la pérdida de la inocencia: ni los niños juegan en la Plaça de la Infància ni ya los vecinos dejan la puerta de casa abierta para recibir visitas. Por eso, en lugar de escribirles la típica redacción sobre cómo me ha ido el verano, les propongo adelantarnos al comienzo de curso con una experiencia de vida que les puede resultar motivadora: les compartiré, sottovoce, quién es mi héroe.

Para empezar, mi héroe no es una persona conocida por el gran público, sino un tipo que les pasaría desapercibido entre la amalgama de almas de esta ciudad masificada. Tampoco puede decirse de mi héroe que haya alcanzado el éxito económico. No es persona de cultura sobresaliente. Tampoco tiene buena salud. ¿Vicios? Supongo que todos, especialmente de los no confesables.

Sin embargo, mi héroe es duro como el diamante. De niño le veía tratando de correr tras la pelota, con sus piernas envueltas en hierros, para jugar con los niños del San Francisco. Sabía que había pasado un curso en cama y que por eso no le habíamos visto en la escuela; los rumores (que eran ciertos) decían que se había quedado huérfano, que la niñez se le había roto. Luego, como los compañeros siempre hemos estado muy unidos, me enteré de que a veces pasaba la noche en la calle, pues su hermano mayor llevaba dinero a casa de la peor manera posible. A mi héroe, pese a que nunca nos compartió sus penas, se le llenaba la cabeza de pesadillas.

¿Qué aprendió en esos años? A trampear, a luchar contra la vida, a dolerse en silencio. Y, lo más importante: a mantener su corazón vacío de odio, por más que los Reyes Magos visitasen cada Navidad las habitaciones de los otros niños cargados de regalos y se les olvidase que él también existía. Porque Oscar, mi héroe, tenía más motivos que nadie en el mundo para ser un niño violento, pero yo nunca le vi pelear. De aquella niñez especial le ha quedado sonrisa de pícaro y un corazón tan grande que a veces le da sustos.

A menudo me he preguntado cómo habría salido yo de haberme encontrado en sus zapatos. Probablemente habría sido de los malos, resentido, de los que llevan siempre puesta la cara de enfadado. Quisieron los dioses que a mí también me tocase ser un niño de hospital, mas llevaba la lección aprendida gracias a mi héroe. Saber de Oscar me protegió, a sabiendas de que ni una llama en la oscuridad es siempre un símbolo de esperanza ni un golpe de la vida es el final: los contratiempos son sólo fases que muchas veces podemos superar.

Mi héroe siempre me protegerá, tanto si está presente como en el final de los tiempos. Por eso, para cuando me muera y cierta música ya no nos acompañe, les invito a ver un nuevo amanecer juntos y a olvidar que fui un hombre promedio. En el horizonte, gracias a nuestros héroes, siempre saldrá el Sol.

- Por Jorge I. Aguadero Casado

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios