Acaba de concluir un verano que, mediática y meteorológicamente hablando, se ha sido convertido en una suerte de Juegos Olímpicos del mercurio, porque se han pulverizado todo tipo de récords vinculados con la climatología y los termómetros en toda España.
Ha habido más olas de calor que nunca, con temperaturas más extremas que las 24 horas del día, más sequía y más pertinaz. Cataluña ha cerrado el verano con el doble de noches tórridas (a más de 25 grados) que el año pasado. Según el Meteocat, entre el 21 de junio y el 21 de septiembre se han registrado 206 noches de calor sofocante, por las 98 del año 2022, que ya era el registro más alto desde 1998.
Hasta las tormentas de verano, las “DANA” (Depresión Aislada a Niveles Altos) han sido más madrugadoras y devastadoras que nunca, con permiso de ‘los reventones térmicos’, un fenómeno de lluvias violentas acompañadas de rachas de vientos huracanado que también va en aumento. Aunque también hay quien opina que se está exagerando, entre ellos los agricultores que recuerdan sequías peores, como la de 1944-46 (la peor de las que se tiene constancia), seguida de las de 1991-95 y, por supuesto, la del 2016-17, como ha enumerado en una entrevista a El Llobregat el presidente de los regentes del Canal de la Dreta Joan Estruch.
Lo más sencillo ante tanta calamidad climática –lamentablemente empañada por los fallecidos por culpa de la ola de calor o de las riadas- es atribuir lo que está sucediendo al cambio climático. Es un argumento que sirve, con mayor o menor certeza científica, para todo. Pero este argumento también está siendo cuestionado por los propios expertos, que recelan del mensaje oficialista, de marcado perfil “alarmista”, sostienen.
Hace unos días, unos días, un grupo de más de 1.600 científicos y profesionales -entre los que destacan dos premios Nobel- han firmado la World Climate Declaration (Declaración Climática Mundial), un manifiesto que sostiene que “no hay emergencia climática” y que pone contra las cuerdas los postulados de las corrientes ecologistas dominantes, las que auguran apocalípticas catástrofes naturales en un futuro próximo como consecuencia directa del calentamiento global y de las emisiones de CO2. Entre los embajadores de esta declaración se encuentra la profesora de la Universidad Politécnica de Madrid Blanca, Parga Landa.
El Reino Unido también se ha sumado a esta tendencia que recela del medioambientalismo oficialista. El ‘premier’ británico, Rishi Sunak, acaba de anunciar que su gobierno derogará, retrasará u olvidará buena parte de las medidas dirigidas a recortar emisiones, entre las que destaca aplazar hasta 2035l a prohibición de la venta de vehículos de gasolina y diésel y permitir espués la venta de coches de segunda mano. Mientras, la UE ha anunciado rebajas y retrasos en las exigencias de emisiones de los coches.
Justo en el lado opuesto del tablero, el último informe elaborado por la agencia de cambio climático de la ONU (UNFCC) acaba de determinar que el recorte de emisiones de gases de efecto invernadero de los diferentes países es insuficiente: se está quedando corto y no consigue paliar un ápice el calentamiento global. “La crisis climática está empeorando dramáticamente, pero la respuesta colectiva carece de ambición, credibilidad y urgencia”, ha advertido el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, durante la última cumbre del G-20 en Nueva Delhi (India).
Puestas todas las cartas sobre la mesa (de uno y otro color) y revisando incluso la propia experiencia personal cabe plantearse: ¿Hemos pasado este verano más calor que otros años o nos estamos dejando sugestionar por los sensacionalistas mapas del tiempo que copan los telediarios? ¿Las medidas que se toman para amortiguar los efectos de la canícula son suficientes o hacen falta más? ¿Quién es el responsable de lo que está pasando con el clima, la naturaleza o el hombre? ¿Se está exagerando o a la inversa? El debate está servido. III