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Si esto es un hombre

Café Central

Por David Aliaga Muñoz
jueves 01 de diciembre de 2016, 05:27h
Sucedió entre 1941 y 1945, pero las cenizas de las quince millones de víctimas de la Shoá siguen suspendidas sobre el cielo de Europa. Judíos, homosexuales, gitanos, republicanos españoles, enfermos mentales, comunistas, masones…, fueron perseguidos y asesinados por el hecho de serlo.

La tierra sigue removiéndose a ambos lados de la carretera y los buitres –y algunas gaviotas– sacuden las cabezas enloquecidos porque huelen los cadáveres de las víctimas pero no conocen sus nombres y la historia se les adelanta royéndoles los huesos. Entre graznidos y batir de alas negras, el pasado 5 de noviembre, en la parroquia de la Inmaculada Concepción del barrio de Sant Feliu, el párroco Custodio Ballester ofició un homenaje a los soldados que alistados en la División Azul dispararon en nombre de Adolf Hitler.

Las fotografías del acto –aspas de Borgoña, águilas negras, cruces de hierro, brazos en alto– muestran que no son pocas las personas que pasean por L’Hospitalet con el pensamiento de que el fascismo fue bueno pese a cada una de las quince millones de personas asesinadas en los campos de concentración, pese a la sangre con que se regó el suelo de España cuando los franquistas se alzaron contra el gobierno democráticamente escogido. Al amparo de los muros de la parroquia, los asistentes entonaron el “Cara al sol”. Y al reverendo padre Ballester, que en la página web de la parroquia brama contra el gobierno que permite “el crimen del aborto” censurando que así se transmite la idea de que los problemas pueden “solucionarse con violencia”, le debía palpitar el corazón de pura emoción. El aborto no, pero los campos de concentración y los fusilamientos sí.

El piadoso Ballester ya disfrutó de su lamentable minuto de fama al invitar a soldados de la legión a una procesión que tuvo lugar en 2015. Constituyendo los caballeros legionarios un cuerpo militar que desde la Transición ha demostrado su lealtad a la democracia su presencia en cualquier acto público no es censurable, pero el párroco pareció querer emplearlos para desafiar al consistorio y las proclamas de consignas e himnos fascistas liberadas sobre el cielo de L’Hospitalet desvelaron el espíritu de la convocatoria.

Escudándose en el falso lema “Libres para manifestar nuestra fe” en realidad lo que el presbítero reclamaba era aprovechar la legalidad democrática y la libertad que el Estado de derecho custodia para desfilar a favor de la dictadura, para escupir sobre la memoria de los difuntos.
En un país con sólidos cimientos democráticos, o incluso en Alemania, el padre Ballester estaría cuanto menos inhabilitado, sino en la cárcel.

A un kilómetro
El fascista disfrazado de pastor de Dios clama desde su púlpito contra un consistorio que, precisamente el mismo mes en el que en la parroquia de Ballester se conceden medallas a miembros de un batallón que sirvió a los criminales propósitos de Hitler, inaugura la exposición “Huyendo del Holocausto. Cataluña y los refugiados judíos de la Segunda Guerra Mundial”. A un kilómetro de la parroquia, los ciudadanos pueden conocer el drama de quienes por pensar distinto tuvieron que abandonar sus hogares y a sus familiares, verlos morir, huyendo de soldados como los que Ballester homenajea. Porque en la División hubo quien estuvo a la fuerza o para limpiar su expediente tras la Guerra Civil, pero esos dudo que accedan a recibir una medalla por participar en la barbarie y más bien tratarán de no recordarse en el disfraz de fascista.

En el extremo opuesto al sacerdote, la investigación llevada a cabo por Rosa Sala Rose y Plácido García-Planas nos descubre a Antonio Puigdellívol, un justo hospitalense que organizó una red de evasión para ayudar a quienes huían de las balas, que salvó vidas. En el marco de la exposición, la ciudad acogerá también una conferencia sobre Walter Benjamin y la proyección del documental “Giza, la niña de la maleta”, sobre una pequeña judía que sobrevivió al nazismo gracias a la bondad y la valentía de un matrimonio católico que debía rezarle a un Dios distinto al de Ballester.

Las escuelas de la ciudad realizarán visitas guiadas a la exposición y los pequeños podrán conocer la tragedia del fascismo. Con suerte, explicando los totalitarismos generación tras generación, conseguiremos que los pocos padres Ballester que queden, locos nostálgicos del mal, sean mirados con compasión cuando en un local vacío escuchen el eco de su voz al entonar los himnos de los asesinos. III

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