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¿Quo Vadis L’Hospitalet?
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¿Quo Vadis L’Hospitalet?

Por Antonio Fornés
jueves 06 de julio de 2017, 01:24h
Desde siempre, las “películas de romanos” han sido una de mis debilidades, con sus legionarios de capas rojas, sus gladiadores, el coliseo...

De hecho se me ocurren pocas formas mejores para pasar un día de Semana Santa que disfrutando desde mi sillón del tradicional maratón de largometrajes de este género. De entre todas ellas, mi preferida es sin duda “Quo Vadis”, los amores del engolado Robert Taylor y la pelirroja Deborah Kerr en medio de una Roma en llamas a causa de la maldad del enloquecido emperador Nerón siempre me fascinaron, y especialmente sigue impactándome la escena que da título a la película, aquella en que el apóstol Pedro huye de la capital imperial para evitar la persecución que sufren los cristianos y, de repente, se ve sorprendido por un extraño resplandor que él identifica como una visión divina a la que pregunta: Quo vadis domine? (¿Adónde vas Señor?), a lo que la divinidad contesta: “A Roma, la ciudad que tú abandonas, para hacerme crucificar de nuevo” Obviamente el bueno de Pedro entiende la indirecta y vuelve tras sus pasos para encontrar la muerte…

¿Por qué les hablo de esto? No porque “El Llobregat” me haya nombrado su nuevo crítico cinematográfico, no teman, sino porque la última campaña publicitaria del Ayuntamiento de L´Hospitalet me ha traído a la mente la escena que les comento. Una campaña en la que se nos invita a mantener actitudes cívicas a fin de mejorar el estado de los espacios públicos. Hace bien el ayuntamiento en pedirnos ayuda, pues ellos, a lo largo de los eternos años de gobierno socialista, han demostrado su total incapacidad para mejorar L’Hospitalet… De hecho, la han abandonado igual que Pedro a Roma…

La nueva propaganda municipal afirma que somos una gran ciudad, y leo esta declaración en un cartel colocado en los alrededores de la calle Rosalía de Castro, frente a las piscinas municipales, un trocito de calle formado por unas plantas bajas medio derruidas, “ocupadas” por no se sabe qué habitantes, y con la vía del tren como triste paisaje de fondo. Desde esta perspectiva admito que somos una gran ciudad…, pero del tercer mundo, porque el panorama que contemplo podría pasar perfectamente por un arrabal de alguna ciudad de Zambia o Burkina Faso. De ahí que me pregunte, parafraseando al mentado largometraje: ¿Quo vadis L’Hospitalet?

Después de treinta y ocho años de gobiernos municipales democráticos, L’Hospitalet sigue siendo una ciudad en la que los índices de pobreza están por encima de la media, y donde la recuperación económica se nota de forma débil. Sobre esta cuestión me remito al interesantísimo artículo publicado en nuestra revista el mes pasado, en el que se denunciaba que más del dieciocho por ciento de nuestros conciudadanos está en riesgo de pobreza, lo que en números absolutos supone nada menos que cuarenta y cinco mil personas.

Pero supongo que esta es una cuestión que no interesa a nuestra alcaldesa, ocupada en hacer realidad de una manera literal su eslogan de que somos una gran ciudad, pues pese a tener L’Hopitalet una densidad de población por encima de los veinte mil habitantes por kilómetro cuadrado (una cifra también perfectamente tercermundista), ella sigue permitiendo la construcción de nuevos edificios en una urbe que se ha convertido en absolutamente inhabitable. Quizá la razón de ello radique en que nuestro Ayuntamiento es hoy día, fundamentalmente, una poderosísima organización clientelar cuyo único fin es el de ganar elecciones, es decir, el poder, y no, desde luego, la mejora de las condiciones de vida de sus ciudadanos.

L´Hospitalet, la segunda ciudad de Cataluña, desgraciadamente nunca ha tenido unos dirigentes que destacasen por su altura política o intelectual, pero con Nuria Marín, el gris al que ya estábamos acostumbrados está a punto de convertirse en negro. Llegados aquí creo que, por una vez, la alcaldesa debería reflexionar al respecto de su lamentable gestión de gobierno en lugar de lanzar ridículas campañas publicitarias, y hacerse esta pregunta, “Quo vadis Nuria?”. III

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