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Tan iguales

Tan iguales

10 de noviembre

viernes 10 de noviembre de 2017, 10:28h

Que el futuro no va a ser fácil en Catalunya lo ponen de manifiesto algunos análisis que ya están realizando gabinetes especializados sobre los datos demoscópicos que se manejan. Por simplificarlo algo: si en el 27-S hubo una participación del 77,4% y ganaron en diputados las fuerzas independentistas, ahora que puede esperarse una participación en torno al 81%, el resultado podría ser más apretado, pero no es en absoluto descartable un nuevo triunfo de los mismos.

Si ocurre algo así, el secesionismo volverá a gobernar en Catalunya. Y eso no es ni bueno ni malo. Dependerá de si salimos del bucle o no. Por eso adquiere una importancia extraordinaria conocer los programas electorales de esas fuerzas. Muchísimo más que si se presentan juntos —en una agrupación de electores— o separados con sus propias siglas, que parece la preocupación inmediata. Desde luego, si se vuelve a plantear el dilema sobre el referéndum pactado o la DUI, lo vamos a seguir teniendo crudo, sobre todo si no hay un cambio de gobierno a nivel estatal.

Algunos datos sobre lo que ocurrió ayer en el Supremo —que culminaron con la buena noticia de que no se van a repetir las rígidas interpretaciones de la Audiencia Nacional—, pueden alertar sobre los cimientos de los nuevos programas electorales porque allí, los interrogados se comprometieron a mantenerse en los límites de la carta magna en el futuro o, en su caso, a abandonar la práctica política. Si esas declaraciones son algo más que una pura estrategia de defensa, lo que pueda ocurrir después del 21-D será sin duda diferente. Pero no es seguro, porque muchas veces los propósitos de las fuerzas políticas son unos y los argumentos se ven arrastrados por el vendaval que recorre las calles.

Y el vendaval es, probablemente, lo más destacable del proceso catalán en el momento actual. Solo un dato. La huelga convocada el miércoles apenas fue un contratiempo laboral, pero en cambio las carreteras, los transportes y las concentraciones provocaron una auténtica sensación de colapso. Visto en perspectiva, quienes se movilizaron en las calles apenas fueron unos miles de activistas en todo el país, los componentes de los denominados CDR (nacieron como Comités en Defensa del Referéndum y ahora son Comités en Defensa de la República) que hace un mes apenas existían y que ahora ya son más de 230 constituidos en toda la geografía catalana.

La esencia del nacionalismo

El protagonismo de esos grupos de activistas que presentan rasgos distintos a la ANC y a Òmnium porque son organismos autoconvocados, unitarios, asamblearios, con una extraordinaria capacidad de movilización y de defensa pacífica, corre paralelo a lo que se decide en los cuarteles generales de las grandes fuerzas políticas, hasta el punto de que ahora son los baluartes de la protesta pero podrían convertirse fácilmente en los motores políticos de las acciones de masas, quizás no desplazando, pero si contrapesando las decisiones de sus dirigentes.

Su éxito no solo es debido a la mayoritariamente composición radical y joven de quienes los forman. Lo es, básicamente, por su estrecha vinculación al territorio y a los sentimientos mayoritarios de la gente.

Todo esto da que pensar. Si vinculamos esta reflexión al resultado electoral, vemos que la diferencia entre el número de votos globales y el de diputados elegidos, tiene mucho que ver con la diferencia de país entre la Catalunya rural interior y las grandes concentraciones urbanas de las metrópolis, con especial importancia en el área metropolitana de Barcelona. En el último El Llobregat se dan datos específicos sobre los resultados del 1-O. Simplificando: el secesionismo se da de manera uniforme en toda Catalunya. La postura contraria se concentra en las áreas urbanas más importantes.

No deja de ser interesante ver que eso que parece tan específico de Catalunya se reproduce exactamente igual en el resto del Estado. Y ni siquiera es una cuestión de ahora. Hunde sus raíces en la historia. Solo hay que repasar donde triunfó el Frente Popular durante la República y donde triunfó la rebelión militar de los militares golpistas del 36. Las zonas rurales, los municipios pequeños donde todo el mundo se conoce y la presión emocional es más fuerte, suelen tener reacciones más vinculadas a la tierra, a las tradiciones seculares y al arraigo folklorista y cultural. Y son, en esencia, más suyas, más refractarias a la mezcla, a la novedad, a la diferencia. En Catalunya y en España. Las zonas urbanas, mucho más anónimas en su comportamiento social, suelen ser más cosmopolitas, más abiertas y mucho más críticas.

Este no es un dato que me sirva para afirmar que el independentismo hoy sea esencialmente una cosa agraria y el constitucionalismo un sentimiento urbano. No es así, claro. Pero sí que es cierto que los sentimientos de la diferenciación que tanto han calado en el imaginario colectivo de la Catalunya actual no hunden sus raíces en las áreas metropolitanas, mestizas y multiculturales, sino en las más recónditas de la Catalunya interior.

La camiseta

Lo curioso es que en España pasa exactamente lo mismo. Amplificado si se quiere, porque la relación entre el campo y la ciudad sigue siendo importante a favor del campo, aunque con tendencia a la reversión. Lo he estado pensando estos días gracias a una cuestión tan fútil como la atención que ha merecido la nueva camiseta de la selección española de fútbol. Ha habido división de opiniones, entre otras cosas porque medio país, probablemente el país urbano, es mucho más heredero de la idea republicana que de la monárquica y un diseño que podría dar pie a una imaginativa confusión, ha resultado bien visto por muchos excepto por la Federación que ha intentado llamarse andana para no ser acusada de inconsciente.

Todo el mundo ya sabe que este año se ha querido que la presentación de la camiseta pasara lo más desapercibida posible, en un intento infantil que lo único que ha hecho ha sido darle más importancia de la que tenía al detalle del controvertido diseño. Pero si rascamos más, como me ha hecho ver un amigo de esta casa, resulta que la selección española de futbol no juega en Catalunya desde el año 2004 (Amistoso España-Perú, con resultado 2-1, en el Estadio Olímpico de Barcelona) y ni siquiera lo hizo cuando había cinco futbolistas catalanes en el año 2010, año del mundial.

Mientras tanto, ha jugado más de 50 partidos, una buena parte de ellos en Madrid, Valencia o Andalucía, con prácticamente un único andaluz en sus filas. La excusa ha sido que la selección española no es bien recibida en Catalunya, pero la realidad es que ha habido un gran empeño en alejar a los catalanes del sentimiento global de país. Algo parecido a esto: “Como no les gusta España vamos a evitar que se sientan españoles”.

Y han estado a punto de conseguirlo, quizás porque, aunque no se quiera, los sentimientos nacionalistas de españoles y catalanes son uniformes, excluyentes y de la misma raíz estereotipada, decimonónica y folklorista de siempre.

Solo hay un modo de superar los nacionalismos estrechos: haciendo crecer la conciencia crítica y considerarnos piezas imprescindibles de un nuevo Estado que construyamos entre todos. No estamos en el camino, es evidente. Pero el camino existe y habrá que encontrarlo.

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