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10 de diciembre. República de trincheras
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10 de diciembre. República de trincheras

Hay que empezar a decir que no nos cuenten en el 80%, que nos cuenten en el 52% que queremos una solución federal, pactada con aquellos que prefieren un Estado de diálogo que una república de trincheras.

Escribo en este dietario casi siete meses después de la última vez. Entonces acababa de elegirse un presidente y se abrían nuevas perspectivas porque Cataluña necesitaba un gobierno, un presupuesto y unos proyectos, casi tanto como un periodo de calma y replanteamiento de posiciones. En el campo soberanista, para hacer autocrítica de lo bueno y lo malo del desarrollo de la hoja de ruta hacia la independencia y en el campo, digamos, constitucionalista, para replantearse un futuro territorial que superase el abismo al que entonces estábamos abocados.

Desde ese 14 de mayo hasta hoy he sentido muchos aguijonazos para volver a teclear algunas ideas, demasiadas tentaciones para expresar mi abatimiento progresivo sobre lo que estamos viviendo. Si me he resistido ha sido básicamente porque, en lo esencial, ha habido poca cosa sobre lo que reflexionar. El toma ha sido constante por parte independentista y el daca más bien resistencial pero muy poco constructivo. Sin embargo, desde el 14 de mayo hasta ahora han pasado multitud de cosas y algunas de ellas me llevan hoy a volver al papel. El principal suceso, el más rupturista, trascendental y sorprendente por lo inesperado, fue el cambio de gobierno central producido el 1 de junio merced a una sorprendente moción de censura ganadora con los votos socialistas, de Unidos Podemos y de los cuatro partidos nacionalistas catalanes y vascos. El segundo suceso en importancia llegó hace justamente una semana cuando los socialistas perdieron en apariencia el gobierno de Andalucía a causa de una fuerte abstención de la izquierda y entró con fuerza la extrema derecha de Vox en el Parlamento de una de las autonomías más frágiles desde el punto de vista de la renta disponible del país.

Pero paralelamente a ambos sucesos de gran trascendencia han ocurrido muchas más cosas significativas e importantes, como por ejemplo el relevo en el Partido Popular, la crisis tremenda de la judicatura o la huelga de hambre de 4 de los 7 presos de la cárcel de Lledoners por su comprensible queja hacia la indolencia del Tribunal Constitucional a la hora de analizar sus recursos. Precisamente el traslado a cárceles catalanas de los 9 presos, que se produjo un mes después del cambio de gobierno, era un signo de que por parte del gobierno central había capacidad de respuesta hacia la inteligente actitud de apoyo a Pedro Sánchez de los independentistas catalanes para fulminar un gobierno del PP desacreditado hasta la médula.

Un presidente superfluo

Pese a que el president de la Generalitat Quim Torra no ha dejado desde el minuto cero de poner en evidencia que él solo calienta la silla hasta que Puigdemont aterrice en el Prat en olor de multitudes, en una fabulación que ni siquiera se cree él mismo, las reuniones bilaterales de los gobiernos central y de la Generalitat, permitían considerar un relativo avance en el desbloqueo del tema territorial. Siempre hemos estado demasiado lejos de cualquier perspectiva de solución. Sobre todo porque la solución pasa en exclusiva por reformular la Constitución y profundizar el desarrollo federal del Estado y ni siquiera hay indicios de que eso sea posible. Pero por lo menos las reuniones, los acuerdos de inversión en infraestructuras en Cataluña, los gestos hacia los presos, el reconocimiento de la normalidad autonómica con las garantías sobre los Mossos, etc. daban algo de esperanza al necesario sosiego político.

Las cosas se rompieron subrepticiamente cuando el independentismo exigió que el gobierno diera órdenes sucintas a la fiscalía general del Estado para reducir o modular los cargos de los procesados. Sabían que esa exigencia no podía acabar bien pero con ello conseguían dos cosas: mantener la cohesión interna del procesismo que está en el alambre de manera permanente y amenazar la estabilidad del gobierno Sánchez bloqueando la aprobación de los presupuestos.

Esta ha sido una arriesgadísima posición de ERC para dar una imagen de unidad del independentismo cada vez más precaria, que ya se está viendo ilusoria porque la estrategia de Torra, de Puigdemont y todavía más de los Comités de Defensa de la República, de la ANC y de Ómnium es dar por superada cualquier fase de una negociación que no sea permitir razonablemente la independencia catalana.

Ya se ve que se trata de líneas paralelas que no tienen posibilidad de encuentro. Encima, el resultado de las elecciones andaluzas ha demostrado que el problema catalán es el primer condicionante de la política general española, de modo que sólo los que presentan una imagen de polaridad tienen posibilidades de éxito a corto plazo. El independentismo de Torra, cada día más radical en sus gestos, para dar coherencia a su imaginario de independencia irreversible, solo es contrarrestable con la mano dura que hasta ahora no ha querido blandir el PSOE.

Zafarrancho de combate

Si hoy escribo esto es porque Torra declaró ayer que la solución al problema catalán pasa por mirarse en el espejo de lo ocurrido en Eslovenia. Es decir, declaración unilateral de independencia y gente en la calle para defender cuerpo a cuerpo la nueva república. Contra quien sea y con lo que haga falta. Es una declaración en toda regla de zafarrancho de combate. Lo típico que hacen los políticos cuando declaran una guerra: decirles a los jóvenes que les espera la gloria en el frente. La gloria, no la muerte, mientras ellos no salen de los despachos.

Algunos ya hemos tenido suficiente. Si querían convencernos de lo magnífica que sería la nueva República, han elegido los peores portavoces y los más siniestros mensajes. A la radicalidad no se puede responder solo con buenas palabras. Hay que seguir pidiendo racionalidad y diálogo pero ya no valen las posiciones intermedias, las equidistancias ni los atajos, salvo que quienes se mantengan en el justo medio acepten absurdamente su irrelevancia total. Se vio en Andalucía con el mensaje cargado de tibiezas de la izquierda más social. Hay que empezar a decir que frente a la unilateralidad ya ni siquiera es defendible el derecho a la autodeterminación. Hay que empezar a decir que no nos cuenten en el 80%, que nos cuenten en el 52% que queremos una solución federal, pactada con aquellos que prefieren un Estado de diálogo que una república de trincheras.

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