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El expresidente de la ANC, Jordi Sánchez, durante el interrogatorio.
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El expresidente de la ANC, Jordi Sánchez, durante el interrogatorio.

22 de febrero. ¿Gente con futuro?

Probablemente, el testimonio más convincente de cuantos se han podido escuchar a lo largo de los interrogatorios a los acusados del Procès, fue ayer el del expresidente de la ANC, Jordi Sánchez.

Fue convincente, porque como parecía evidente, el instructor forzó tanto la acusación de rebelión que la Fiscalía necesitaba acreditar que hubo violencia en algún sitio donde la ANC había tenido protagonismo para imputar a Jordi Sánchez un delito por el que le piden 17 años de prisión. Y no hubo manera.

Además, Jordi Sánchez lo hizo tan bien, que fue el único que parecía que ni siquiera había preparado nada con sus abogados. Lo cierto es que, demostrar que no hubo violencia y ni siquiera desobediencia en su persona y en la ANC, no precisaba de demasiadas estrategias. Todos los catalanes sabemos que la ANC no defiende tumultos, que practica una protesta política más festiva que irascible incluso y que la única rebelión que se permite es contra la confortabilidad de los pasivos que le dan más a la lengua que a la protesta activa. Ya pasó con Dolors Bassa o con Meritxell Borràs, que algunos miembros del Tribunal tuvieron que preguntarse, con un mínimo de sensibilidad personal, qué estaban haciendo aquellas personas allí con aquel carro de acusaciones y con el peso de días, semanas o meses de cárcel sobre sus espaldas.

No sabemos que hará Marchena y los suyos cuando tengan que sentenciar. Pero les va a costar argumentar algunas cosas que forman parte del meollo acusatorio, especialmente el delito de rebelión que requiere violencia, pero también el de sedición que requiere tumulto e insurrección, aunque sea civil. Aquí, lo más subversivo que ha habido, sin duda, desde la perspectiva de muchos catalanes que no somos independentistas y que incluso rechazamos la eventualidad del referéndum de autodeterminación, ha sido la aplicación sin mesura de la prisión provisional. Deberían estar todos en la calle. No ahora. Desde el principio. Pero con lo visto hasta ahora, no es posible que puedan ser condenados a sedición o rebelión aunque, quienes ostentaban cargos públicos y manejaban el presupuesto de todos, deban probar todavía más, que ni siquiera desobedecieron y que no malgastaron el dinero público en causas ajenas a las necesidades sociales de quienes tributan.

Jordi Sánchez eligió contestar a todo el mundo aunque, quizás con mayor justicia que nadie, se declaró preso político porque su encarcelamiento si que se parece más a un escarmiento por su papel de agitador de conciencias y activista político, que a una causa delictiva con capacidad probatoria, por lo visto en la mañana y en la tarde de ayer, bastante precaria. La ANC y su presidente se dedicaron a hacer política en la calle. Algo que no está prohibido en un régimen democrático, siempre que no subvierta el orden establecido por las leyes. Es verdad que la ANC ha actuado de comparsa activa de las decisiones gubernamentales y legislativas que vulneraron la norma. Pero actuar de comparsa y dar contenido en la calle a las actividades del gobierno, legales o no, no la convierte en una entidad subversiva y mucho menos a su presidente en el organizador de una rebelión.

La sensación de fortaleza argumental del acusado fue tan patente, que se vio a su propio abogado Jordi Pina incluso más feliz que en otras ocasiones por el protagonismo de su defendido. Hay que señalar que en el banquillo de los acusados —a mi juicio— han brillado con luz propia hasta ahora mismo tres acusados y por muy diversas razones: Romeva, Vila y Sánchez. Los tres se explicaron con brillantez, con argumentos sólidos cada uno en la vertiente de su discurso, sin ahorrar el análisis político cuando hizo falta o las diatribas jurídicas cuando convino. Pero sobre todo, los tres mostraron algo que no debe pasar desapercibido, su capacidad de discurso político y la contundencia de su razonamiento que podría pronosticar un futuro político de alcance.

Santi Vila, que fue interrogado en la mañana, ofreció una imagen a la que ya nos acostumbró en los momentos más complejos de la hoja de ruta independentista: es el único que entiende la política como la plasmación de las acciones posibles. Por eso jamás se mostró favorable a la DUI, no consideró en ningún momento que la movilización del 1 de octubre tuviera la validez de un referéndum de autodeterminación y explicó su activo papel de mediación con el gobierno Rajoy y con algunos dirigentes socialistas, para terminar señalando que fue un error la tentación de unilateralidad y que supuso una enorme derrota lo que ocurrió tras el acuerdo del ejecutivo catalán de celebrar elecciones, en octubre del 2017, por culpa de las presiones internas y externas. No lo dijo, pero se le intuyó todo, que las presiones internas provenían de Marta Rovira y Oriol Junqueras en primer término y que las externas fueron guiadas de la mano de los twits de Rufián y de los medios de comunicación independentistas que tocaban con la punta de los dedos una declaración de independencia que se consideraba entonces el punto culminante de la confrontación.

Vila pudo dibujar ahora el tamaño del error, porque entonces lo único que hizo fue irse para casa tras explicarle a Puigdemont que no tenía cara para decirle al gobierno central y a los socialistas, que la presión había podido con el análisis político exigible a cualquier dirigente de altura. Con Santi Vila se fue la imagen de un ejecutivo que no se deja amedrentar y desde entonces se ha dado la sensación de que no había nadie capaz de controlar los pasos desde una posición dirigente. Desde entonces, todo el mundo dirige la política del país: el ejecutivo, pero también algunos órganos del legislativo, las camarillas de los partidos divididas entre si, los intelectuales orgánicos y los que aspiran a serlo, los medios de comunicación adictos cada uno a su aire, los comités de defensa de la república, la asamblea nacional catalana, Ómnium Cultural…

Y tras esto, Santi Vila ni siquiera existe. Rufián aclara, a quien todavía le escucha, que los independentistas procesados son once, olvidándose de que Santi Vila quería la independencia pero acordada con el Estado, que era una forma bastante más posibilista que la suya, que ha consistido simplemente en un holograma que hasta los Mossos de Esquadra, que palpan la calle día a día, han tenido que reconocer abruptamente como una cosa inexistente. Negar a Santi Vila, que es la derecha con futuro en este país, explica dónde estamos y dónde van a terminar los rufianes, en el mejor sentido de la palabra. Cuando se quiera arreglar esto con un poco de cabeza habrá que hablar con Santi Vila y los suyos y a lo mejor también con Romeva y Jordi Sánchez, que se van manifestando como la gente más preparada en este complejo espejismo en el que nos movemos

Quizás lo mejor que podamos sacar de este juicio, como suele ocurrir en todos los juicios políticos de la historia, es el descubrimiento de gente que, con un poco más de análisis y algo menos de pasión ambiental, puedan llegar a ser capaces de encontrar alternativas de futuro que nos saquen del marasmo en el que nos han metido y en el que nos hemos ido metiendo, con grandes dosis de emoción y poca capacidad reflexiva.

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