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Regreso al futuro: la historia que domina nuestro presente

Por Joan Carles Valero
miércoles 23 de julio de 2014, 13:48h

La historia está más de actualidad que nunca. Incluso la patronal AEBALL de L’Hospitalet y el Baix Llobregat ha encargado al abogado e historiador de la economía catalana, Francesc Cabana, un libro sobre la historia económica de la segunda ciudad de Cataluña y la comarca más industrial del país.

El autor del libro de historia empresarial de la comarca, Francesc Cabana, cuñado del ex presidente Jordi Pujol.
El autor del libro de historia empresarial de la comarca, Francesc Cabana, cuñado del ex presidente Jordi Pujol.

El libro, iniciativa del Fórum Empresarial del Llobregat, recoge curiosidades. Una de ellas tiene que ver con los inicios de la industria petrolera en España, que según el autor, nació entre L’Hospitalet y Cornellà con la creación de la primera refinería, denominada Sabadell y Henry.

Cabana, que también identificará en el libro a las personas que en 1923 tenían teléfono en L’Hospitalet y el Baix Llobregat, porque eso era un signo de la modernidad, seguro que también dedicará algún capítulo a la Colonia Güell de Santa Coloma de Cervellò, donde, por cierto, nació el 10 de enero de 1902 la publicación quincenal “Sol-Ixent”. Imagino que el ilustre historiador de la economía catalana también investigará el importante papel que jugaron a principios del siglo pasado las industrias textiles que se instalaron en Santa Eulalia de L’Hospitalet. Empresas como Viuda e hijos de Jaime Trias, La Sangoneres, que se fusionó con la de Godó i Trias, cuyo edificio se mantiene en la Gran Vía, frente a la plaza Europa como claro vestigio del modernismo industrial catalán.

De los telares a los fogones
En Les Sangoneres trabajaron buena parte de las hospitalenses, porque en su gran mayoría eran mujeres y tejedoras, que en las primeras décadas del siglo XX inmigraron de otras partes de España. Las fábricas constituyeron un motor económico de primer orden para los hospitalenses hasta que la crisis del textil se las llevó por delante. Igual ocurrió en los años 70 con la fábrica que el padre de Juan Antonio Samaranch tenía en Molins de Rei. Ahora, la antigua fábrica de Godó i Trias de la Gran Vía, Les Sangoneres, se convertirá en un mercado gastronómico, según un proyecto del cocinero Ferrán Adrià, gracias a una adjudicación que el Ayuntamiento ha realizado al que es uno de los hijos más ilustres de la ciudad.

El libro de Cabana editado por AEBALL saldrá a la luz en la próxima primavera, imagino que para Sant Jordi, y servirá para conmemorar el quinto aniversario de la patronal, gracias a la buena acogida que ha tenido esta iniciativa por parte de las empresas de la zona.

Convenio de Ospitalet
La historia también va a dominar este otoño la vida pública de L’Hospitalet. Lejos de la confrontación y con el objetivo de compartir, conocer y reflexionar en torno a la celebración del 300 aniversario del Convenio de Ospitalet, el tratado de paz con el que abandonaron Barcelona los ejércitos austriacistas en 1713, la alcaldesa, Núria Marín, apela al “seny, al diálogo por delante de la pasión” para abordar unos hechos que dominan la agenda política catalana. “Las personas y los pueblos –añade la primera edil hospitalense- somos el resultado de nuestra historia, de la herencia del pasado, una suma que nos hace ver el mundo y encarar el futuro. Con la conmemoración del 300 aniversario es un momento de conocer más el capítulo de la historia que es también del presente de Cataluña”.

Efectivamente, viejos interrogantes del pasado todavía acucian nuestro presente y las neblinas de la historia enturbian una visión clara del futuro. El principal objetivo del curso escolar que hemos iniciado está dominado por la historiografía. El Ayuntamiento de Barcelona ha retirado de su fachada una placa que conmemoraba la Constitución de 1837. Allí ha estado casi dos siglos sin que molestara a nadie. Hasta ahora que se revisa la historia. En el Born se ha inaugurado un museo dedicado a la Barcelona de hace 300 años, con una exposición que subraya con tintes épicos la pérdida de unas instituciones predemocráticas. L’Hospitalet, por su parte, emprende también este otoño un programa de actos históricos con el fin de reflexionar sobre el pasado para podernos proyectar hacia el futuro con un presente presidido por el ideal de la ilustración, que no es otro que el de la libertad y la razón por encima del apasionamiento fanático.

L’Hospitalet da nombre a un tratado o convenio internacional firmado en 1713 tras el más famoso de Utrech. Y es que en la segunda ciudad catalana se alcanzaron las condiciones de salida de los ejércitos austriacistas de la ciudad de Barcelona, una vez que Inglaterra y Holanda decidieron apearse de la guerra de Sucesión, que está considerada por los historiadores como la primera gran guerra mundial. Así, el acuerdo de paz que propició la salida pacífica de Barcelona de los soldados y de al menos 7.000 personas en 1713, cuando la población era de 40.000, hizo posible que esos barceloneses, en su mayoría comerciantes y profesionales relacionados con los franceses, se libraran del asedio. El convenio hospitalense fue la antesala de la masacre de los seguidores del archiduque Carlos de Austria, que apostaron por resistir en la Barcelona amurallada.

Patrimonio de la segunda ciudad catalana
Los actos conmemorativos del Convenio de Ospitalet, que es como se escribía hace 300 años el nombre de la ciudad, aspiran a formar parte del patrimonio de la segunda ciudad de Cataluña. Un patrimonio en esencia distinto al del mítico heroísmo de la Barcelona que resistió el asedio, ya que L’Hospitalet fue el escenario de un acuerdo de paz que debía poner punto y final a la guerra con el pleno reconocimiento de la ciudadanía de todos los catalanes en igualdad de condiciones que los castellanos.

L’Hospitalet, topónimo que deriva de hospital, hospitalidad y, por tanto, acogida, se reivindica como la puerta de un destino compartido para todos los catalanes. El programa de conmemoración del Convenio de Ospitalet arranca el 25 de septiembre con la inauguración de una exposición de la época del tricentenario en el Museo de Historia de la ciudad, en la
Casa de L’Harmonia.

El objetivo es alzar la mirada para ver las repercusiones y proyecciones que a lo largo del tiempo se han ido sucediendo, sin más condicionamiento que el conocimiento, lejos del apasionamiento del momento en que la historiografía se convierte en un arma política Según el momento, conceptos como nación, republicanismo, federalismo, o independencia, país, etcétera, han tenido significado bien diferente. En el programa del Convenio de Ospitalet también se hablará de Europa porque en su construcción todos hemos de aprender de las lecciones del pasado.

Desvelar falsas legitimaciones
Así, lejos de las interpretaciones más condicionadas por el apasionamiento del momento que por el rigor historiográfico, la ciudad aborda el pasado que ahora tanto domina nuestro presente, sin complejos y desde una visión crítica para huir de planteamientos a veces excesivamente unidireccionales que nada tiene que ver con el rigor en el análisis de los hechos y la interpretación plural de los mismos. Esa es, a juicio de Jaume Graells, concejal de Cultura de L’Hospitalet, la mejor receta para “desvelar falsas legitimaciones que sustentan con referentes éticos o dramáticos en ocasiones cargados de emociones, a menudo legítimas, pero que no siempre se sustentan en una realidad objetiva”.

El convenio se firma al inicio del Siglo de las Luces, paradójicamente, el de la Ilustración, que proclamaba el progreso en contraposición a la tiranía de antiguos regímenes. La ilustración veía la razón por encima de todo, en posición de igualdad a la tolerancia, y predicaba que la base debía ser la libertad de pensamiento. ¡Fíjense que son los mismos principios que sustentan la democracia!

Exposición en L’Harmonia
Aunque el programa arrancó oficialmente el 22 de junio con un acto institucional, la exposición que sirve de eje de las conmemoraciones podrá ser visitada a partir del 26 de septiembre y contiene dos joyas: el original del convenio, trasladado expresamente del Archivo de Simancas, y la presencia del archiduque Carlos y su esposa Elisabeth de Brunswick a través de dos cuadros del Museo del Palau Mercader, de Cornellà, cuya autoría está atribuida a Andrea Vaccaro. La exposición se podrá visitar hasta el 12 de enero en ese enclave museístico de L’Hospitalet en la calle Xipreret.

Además de un ciclo conferencias con la participación de distintos historiadores, en L’Hospitalet se desarrollarán el 29 de septiembre actividades populares, como un juego de mesa elaborado por la entidad Rubicón, de Santa Eulalia. Se trata del juego del Convenio de Ospitalet. También se llevará a cabo el 20 de octubre una reconstrucción histórica de las batallas y escaramuzas que se produjeron en L’Hospitalet, puestas en escena por la Coronela de Barcelona y los Miquelets de Catalunya y los Trobucaires de L’Hospitalet. Además, se ha organizado para el 3 de noviembre una visita guiada a la casa de quien lideró la última parte de la resistencia de Barcelona al año siguiente de la firma del tratado de paz de Ospitalet. Se trata de Rafael de Casanovas, cuya casa y también tumba están en Sant Boi.

Actividades en las bibliotecas, como presentaciones de libros de historia, y la organización de una guía de lectura sobre estos acontecimientos del siglo XVIII español, son otros de los actos programados, en los que se incluye la elaboración de un cuento sobre el Convenio de Ospitalet para los más pequeños.

Ciclo de primer nivel
El profesor Joaquim Prat, catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona y comisario del programa, ha logrado que se reúnan historiadores de primer nivel. En su opinión, es muy importante que la segunda ciudad de Cataluña conmemore “de forma seria el final de una guerra dramática que concluyó con la caída de Barcelona y como consecuencia perdió sus fueros, las organizaciones de autogobierno del antiguo régimen”.

Porque hace 300 años se puso punto y final a la primera gran guerra mundial que tuvo como motivo la sucesión del trono español y el equilibrio de Europa, ya que, por ejemplo, Inglaterra tenía intereses coloniales. Una guerra que finalizó con la firma del Tratado de Utrech, cuya primera derivada es el Convenio de Ospitalet, acuerdo que se negaron a secundar los resistentes de Barcelona.

Tres guerras en una
A juicio del profesor Prat, es importante que se ponga a la luz y se dé pie a hablar del tratado y lo que supuso esta guerra, que en su opinión fueron tres guerras en una: la internacional, otra dinástica entre dos casas reales que tenían miedo de que una fuera demasiado fuerte en el contexto de Europa. Pero esta guerra también fue una guerra civil entre catalanes, el enfrentamiento entre dos concepciones de la monarquía española: los catalanes de la Generalitat catalana que ahora diríamos federalista, como Casanova, no estaban guerreando para lograr la independencia de Cataluña, sino para que España respetara las instituciones propias de cada uno de los reinos de España frente a una concepción centralista y de monarquía autoritaria. En este punto, el catedrático Prat subraya que la de Sucesión “nunca fue una guerra de la independencia de Cataluña”. En 1640, sí que lo fue la de los Segadors y Cataluña se independizó durante una temporada.

Guerra civil entre catalanes
El profesor Prat señala también que la de sucesión fue una guerra civil entre catalanes porque había dos bandos. De un lado, la aristocracia que apoyaba al Borbón, y del otro, el sector más burgués y comercial, que apoyaba al candidato austracista. Y el pueblo fue la víctima. Hay un dicho de la época que dice: “Entre Felipe V y Carlos III nos dejaron sin hacienda y sin dinero”. Eso es precisamente lo que ocurrió para la mayoría de los habitantes de la época que vivían en L’Hospitalet y la comarca del Baix Llobregat, cuyo territorio fue el escenario y campo de batalla durante varios años.

Los historiadores que participarán en el ciclo de conferencias de L’Hospitalet son expertos en la época y no necesariamente tienen una visión unánime de la misma, subraya Prat. Sin embargo, señala que les une su amor por la historia y que no son propagandistas ni ideólogos. “Todos han entrado en los archivos, han consultado las fuentes y han reflexionado sobre lo que han visto y lo han publicado”, sostiene el profesor Prat.

Advertir las manipulaciones
Así, el ciclo versa sobre la época, sobre la historia de los hechos, no sólo sobre el tratado de Ospitalet. Desde luego la temática es muy oportuna, porque los historiadores advierten que no todo lo que vayamos a escuchar o a ver durante este año que media hasta el próximo 11 de septiembre será verdadero, porque la historia es un elemento que sirve, no tanto para explicar el pasado, sino para justificar posiciones del presente, ideológicas y políticas, y eso ya no es historia, es otra cosa. Porque la historia explica lo que pasó y qué consecuencias tuvo y no tiene que ser nunca manipulada. Pero también la historia ha sido siempre una disciplina que se inicia académicamente pero acaba siendo sumamente politizada para sustentar posiciones.

Un completo ciclo
Así, en L’Hospitalet pronunciarán sus conferencias Joaquim Albareda (26 de septiembre a las 20 horas en el Museo de L’Hospitalet. L’Harmonia). Albareda es el gran especialista de la guerra de Sucesión y catedrático de la Universitat Pompeu Fabra, mientras que la joven Clara Jáuregui, junto a Carles Serret, director del Archivo de Sant Boi, son los dos historiadores que han estudiado el Convenio de Ospitalet. Su conferencia está programada para el 3 de octubre en el mismo lugar a las 19 horas. Agustí Alcoberro, director del Museo de Historia de Cataluña, profesor de la Universidad de Barcelona con tres volúmenes sobre la guerra, intervendrá el 17 de octubre a la misma hora. Ricardo García Cárcel, que es el historiador modernista más importante de Cataluña porque el año pasado fue distinguido por el Premio Nacional de Historia y acaba de publicar un libro sobre la construcción de los mitos españoles, pronunciará su conferencia el 14 de noviembre. Borja de Riquer, gran especialista de la burguesía catalana, hablará el 28 de noviembre, mientras Carles Santacana lo hará el 12 de diciembre sobre la República y la Guerra Civil.

La primera conferencia la ha impartido Roberto Fernández, catedrático de Historia Moderna con una trayectoria científica impecable y dedicada al estudio de la trayectoria moderna desde el siglo XVIII. De larga tradición investigadora, con más de veinte libros publicados y otros 50 artículos científicos, el hospitalense Roberto Fernández, que desde hace dos años es rector de la Universidad de Lleida, es un científico de larga trayectoria.

Pluralidad y libertad de pensamiento
Uno de los problemas de la revisión histórica del nacionalismo más radical es la práctica imposibilidad de abrir un debate sobre aquellos hechos. A juico de Roberto Fernández, el ciclo de L’Hospitalet reúne tres condiciones básicas para un simposio: el rigor del método científico, la pluralidad de las interpretaciones y la libertad de pensamiento. La lucha de la civilización contra la barbarie pasa, a su juicio, por la libertad de creación intelectual. Y hoy, asegura Fernández, se lucha desde L’Hospitalet por la libertad de pensamiento con este tipo de actos históricos.

Nunca fue una guerra por laindependencia
La guerra de Sucesión fue originariamente y por encima de todo una guerra europea e internacional en la que las clases dirigentes peleaban por la hegemonía de Europa y del mercado colonial americano en juego. Así, de un lado estaba Francia e Inglaterra, Holanda y Austria del otro. Una guerra europea y mundial que Fernández recuerda que tardó casi cuatro años en llegar a España y que cuando llegó aumentó la división previa ya existente. Una división dentro de la península que se tradujo en un enfrentamiento civil hispano. Por lo tanto, la primera afirmación del catedrático de Historia Moderna es que la guerra de Sucesión no fue una guerra de separación de Cataluña respecto a España como lo fue la guerra dels Segadors durante algunos momentos del anterior siglo (1640). Más bien, a su juicio es necesario entenderla como una guerra de intervención de Cataluña en el resto de España. Porque una parte considerable de las clases dirigentes catalanes no querían abandonar la monarquía y antes deseaban intervenir en su futuro y lo hacía desde una visión diferente a la defendida por una parte de las clases dirigentes castellanas. Los austriacistas catalanes, pues, no dudaban de defender las constituciones catalanas dentro de la monarquía española.

Común monarquía hispánica
Fernández recuerda que Antonio de Villarroel, uno de los héroes de la resistencia de Barcelona, lo proclamó “clar i català” cuando intentaba arengar a sus tropas gritando: “Por nosotros y por toda España luchamos”. Por nosotros se refería, dice el experto, a Cataluña y por toda España a la común monarquía hispánica de los Austrias. No hubo ninguna tentativa teórica o práctica de separación, afirma. “Lo que se dirimió en serio en esta guerra no fue otra cosa que la convivencia compuesta de los Austrias ante un modelo que parecía más centralista con un soberano llegado de Francia, donde allí Luis XIV había dejado una huella claramente absolutista”. Un modelo absolutista que fue llevado a cabo durante el siglo XVIII, pero que anteriormente no se podía saber en 1713 que se iba a imponer, atendiendo que, incluso, el rey había certificado en 1701 ante las cortes de Cataluña todas las constituciones catalanas y también mantuvo los fueros del País Vasco y Navarra, que le guardaron fidelidad.

Por lo tanto, para el rector de la Universidad de Lleida “seguramente la victoria militar contra los austriacistas de la corona de Aragón permitió que se pusieran en práctica unos planes absolutistas que la nueva dinastía no hubiera osado a impulsar sin mediar una guerra”. Además, una parte de la opinión pública española, la castellana, “no veía ningún peligro en mantener los fueros catalanes y los consideraba un modelo para hacer de nuevo grande España, lo que era en cierta medida la herencia del Conde Duque de Olivares, como ha dejado dicho el historiador británico y experto hispanista John Eliot”.

Primera guerra civil entre españoles
No conviene olvidar que desde el punto de vista político y social la Guerra de Sucesión supuso la primera guerra civil entre españoles. “Lo habitual fue la división entre borbónicos y austriacistas, entre diferentes grupos sociales, entre pueblos, entre Castilla y la corona de Aragón y dentro de ambos reinos”, dice el experto. Respecto a Cataluña, fue una división y un enfrentamiento entre una mayoría de partidarios del archiduque de Austria y los felipistas. Entre comerciantes que querían vincularse a Inglaterra y un buen número de mercaderes que deseaban mantener buenas relaciones con Francia. Los unos y los otros defendiendo los intereses de sus negocios. Y de testigos mudos, el partido de los sin partido, el más amplio de Cataluña.

La guerra enfrentó dos bandos diferentes, con dos candidatos diferentes y dos concepciones diferentes de su crecimiento económico y estratégico. Y enfrentó dos formas de enfrentar dos visiones para recuperar la fuerza imperial, debilitada hasta ese momento. Porque hay que decirlo claro: no hubo siempre unanimidad entre los catalanes. El archiduque Carlos tuvo que bombardear Barcelona sin éxito cuando quiso entrar por primera vez en 1704 y, cuando lo consiguió al año siguiente, más de 7.000 seguidores borbónicos catalanes tuvieron que exiliarse de una ciudad que no contaba con más de 40.000 almas.

Triunfo de los radicales
El asedio lo ganó el ejército borbónico con 39.000 soldados que lanzaron unas 40.000 bombas contra la firme resistencia de los barceloneses, que eran unos 5.500 con destacada participación de las mujeres. La resistencia causó más bajas entre los borbónicos, unos 10.000, que entre los resistentes, unos 7.000 incluyendo los no combatientes. Fernández señala que hay que recordar que se produjo una importante discusión interna en Cataluña, ya que Casanova y la Generalitat eran partidarios de pactar una rendición para salvar una parte. Frente a ellos y comandada por el Consell de Cent y el Ayuntamiento, querían resistir el asedio para salvar el honor de los catalanes, según decían.

Joaquim Albareda recuerda que el hecho que el Consell de Cent tomase la dirección política en 1713 sustituyendo a la Generalitat, y que una porción de la nobleza, la jerarquía eclesiástica y de los comerciantes huyeran de Barcelona, hizo que triunfara la opción más radical, que fue la de resistir. En cualquier caso, Barcelona resistió hasta 11 septiembre, con la consecuencia de que quedaron abolidas las tradicionales constituciones catalanas y una buena parte de sus instituciones. Un extremo que ha sido considerado como uno de los agravios más importante sufrido por el pueblo catalán. El gran agravio esgrimido por todas las fuerzas catalanistas frente a una España centralista y uniformadora que anulaba la realidad de las Españas como proyecto de futuro para los españoles

El despegue económico del XVIII
¿Qué pasó en Cataluña a partir del 12 de septiembre de 1714? ¿Qué hicieron los catalanes de un lado y del otro? ¿Cuál fue el gobierno borbónico durante el siglo XVII? Los historiadores han dado respuestas no siempre coincidentes. Fernández señala que según las investigaciones más actuales, el siglo XVIII fue espléndido para Cataluña, tanto económicamente como cultural y socialmente. El crecimiento económico no se hizo esperar y favoreció todos los sectores de la producción. Un desarrollo económico que modificó la manera de producir de los catalanes, situándose en el mapa peninsular como su primer motor de crecimiento.

Los motores de la economía fueron los mismos catalanes que supieron aprovechar mejor las buenas perspectivas peninsulares y europeas. Y también tuvieron la ayuda de unos gobiernos absolutistas obsesionados en regenerar España con políticas económicas que favorecieron a la catalana. Eso no quiere decir, recuerda el historiador, que las políticas borbónicas fueran pensadas para Cataluña, “pero se pusieron en práctica después de escuchar las voces catalanas y con beneficios notables en el Principado”.

La pequeña Inglaterra de España
El proteccionismo de la industria a partir de 1718; la liberación del comercio con América a partir de 1765; la creación de un mercado interior hispánico en el que los catalanes ya no se movían como extranjeros con toda una serie de ventajas fiscales; el empuje y el vigor de la sociedad catalana, con una fiscalidad poco atenta al aumento de la economía ayudó a que el Principado se convirtiera en la pequeña Inglaterra de España y los holandeses del Mediterráneo. Toda la sociedad catalana gozó de estas circunstancias. “Sólo hay que ver la nobleza y la iglesia de la época, enriquecidas por el aumento de sus rentas, así como el auge de los negocios de importación y exportación”, señala el rector. Los fabricantes de indianas que cambiaron la fisonomía de Barcelona, como estudia el profesor Alejandro Sánchez, y los menestrales que lograron un mejor bienestar y prestigio social. La “pagesia” dominó la exportación y el aumento de los salarios y oportunidades de trabajo representaron beneficios para los barceloneses.

Para el historiador, no hay duda: el Siglo de las Luces fue positivo para la mayoría de los grupos sociales catalanes, pese a que no dejó de haber pobres. Fue una época más rica que el siglo anterior, mientras la clase media se iba haciendo más poderosa y numerosa. La vida cultural también prosperó en el XVIII, y no es exagerado que ese siglo representó la época más dorada para Cataluña desde la edad media.

Pérdida política, ganancia económica
Consecuentemente, la centuria en que Cataluña perdió sus constituciones fue la misma que gozó de un crecimiento económico espectacular, aumento de la clase media y del impulso cultural, lo que supuso los fundamentos para la posterior Renaixença. Esa es, a juicio del catedrático Roberto Fernández, la visión histórica más ajustada, después del paradigma de Pierre Vilar. Un modelo que nadie parece poner en duda ni dentro ni fuera de Cataluña.

Pero ¿qué pasó con la vida política de los catalanes a lo largo del siglo? La centuria empezó con represión y resistencia. Felipe V no perdonó el grave delito de traición y no respetó las constituciones catalanas como hizo Felipe IV después de la guerra de los Segadors. La acción punitiva se consideró un grave error estratégico entre las relaciones de Cataluña y el resto de España. En los primeros tiempos, hubo una cruenta represión, con miles de exiliados, supresión de universidades, la destrucción del barrio de la Ribera para construir la Ciutadella. Y la promulgación del decreto de nueva planta en 1716, que dejaba en el recuerdo las instituciones por las que habían luchado los austriacistas, e incluso una parte delos borbónicos catalanes. Empezaba el absolutismo de carácter paternalista, centralista y autoritario y uniformador. Al principio, hubo resistencia y surgió Pere Joan Barceló, alias Carrasclet, que logró preocupar a los borbónicos, que respondieron paradójicamente con la creación de los Mossos d’Esquadra para reprimir aquellas protestas.

El fin del austriacismo político
Lo de Carrasclet fue el canto del cisne militar de un austriacismo que se encontraba debilitado, dividido, que era utilizado por los aliados en sus disputas con Felipe V. Con la paz de Viena de 1725 entre España y Austria y la vuelta de los exiliados, como ha estudiado Agustí Alcoberro, el austriacismo político desapareció de Cataluña. El recuerdo de la guerra como bálsamo homeopático, la bonanza económica del siglo y unos gobiernos borbónicos que no hicieron oídos sordos a Cataluña, facilitó que una inmensa mayoría de catalanes se fueran acomodando al régimen borbónico, como se demostró en 1793 con la gran guerra contra los franceses y en 1808 frente a las tropas napoleónicas, cuando los catalanes fueron los más combativos en favor de la monarquía española.

Una bonanza y adhesión que también quedó demostrada en la visita de Carlos III a Cataluña en 1759 para ocupar el trono de España, estudiada por la profesora María Angels Pérez Sanper, o en 1802 con la boda real en Barcelona del primogénito de Carlos IV, ya que en esta boda, los potentes gremios barceloneses llevaron a hombros a su majestad en una carroza que habían sufragado los grandes fabricantes y comerciantes. Ni siquiera el memorial de “greuges” de 1760 debe ser interpretado, a juicio de Fernández, como una disidencia política antiborbónica, sino como “una reclamación de las propias élites borbónicas que querían disponer de más autonomía, más salarios y acceso a puestos de responsabilidad en los ámbitos de poder de la monarquía, enarbolando el propio decreto de Felipe V que abolía la extranjería en los reinos de España”.

Españolizar Cataluña…
El austracismo político se convirtió en Cataluña en un recuerdo. A los borbones se fueron acercando Jaume Amat, Antoni de Campmany, las actas de la Junta de Comercio o la Comisión de Fábricas, así como la jerarquía eclesiástica o los hombres de leyes. En todos ellos se ve una doble aspiración: españolizar Cataluña y catalanizar España. Desde luego Roberto Fernández admite que esto “debería investigarse más y mejor”, pero en su opinión, “españolizar y catalanizar” fue una doble aspiración que se produjo al unísono y que fue concomitante.

Españolizar Cataluña asumiendo el castellano como lengua culta y de representatividad superior de la monarquía hispánica como síntoma de modernidad. Españolización que fue compatible con el hecho diferencial catalán, con el mantenimiento del catalán con hegemónica presencia social. Se produjo pues, una progresiva convivencia del catalán y el castellano, debida no tanto, aunque también, a las imposiciones borbónicas en 1714 y 1768, sino más bien por el prestigio ganado por la lengua de Cervantes y la visión de las clases dirigentes catalanes al ver la expansión del mercado también en cuestiones lingüísticas.

Catalanizar al resto de españoles
La conveniencia de catalanizar al resto de los españoles en el sentido de que adoptaran las buenas costumbres de la vida empresarial catalana, a saber: iniciativa económica, la capacidad del riesgo, la ética del trabajo, la compatibilidad de negocio y nobleza, el sentido de ahorro, etcétera. Virtudes todas que muchos catalanes cultos creían importante extender en todo el territorio de la monarquía en pos de la prosperidad económica y social de la que gozaban ellos mismos. Era como liderar la renovación económica de España, aunque aceptando que la monarquía se centrara en Madrid. Una renovación que aceptaron importantes políticos y que en la Reneixença surgió con enorme fuerza. Con una fuerza que todavía no nos ha abandonado, pues ha enraizado en el pensamiento y sentimiento nacionalista.

Cataluña había empezado el siglo convulsamente, con una guerra civil en el seno de su propia sociedad y con un enfrentamiento militar contra la dinastía que legítimamente había accedido al trono de España. La Cataluña austriacista fue derrotada y eso fue aprovechado para abolir sus instituciones. Fue un hecho trascedente, porque Cataluña quedó subsumida por el absolutismo, pero andando el siglo, el recuerdo de los estragos de la guerra, la paz de Viena, la política reformista y la estabilidad del autoritarismo de la nueva planta, hicieron que los catalanes abandonaran las ideas austriacistas y, generación tras generación, apostaran por la incardinación en España. Un entronque que, para el catedrático, estaba redefiniendo sus formas y maneras de sentirse español.

Sentimiento de doble pertenencia
Así, una mayoría de catalanes apostaba por la idea que si la economía les beneficiaba, el régimen político no era problema. Es verdad que no había escenarios para proclamarlo, pero esa realidad no supuso abandonar la catalanidad. El austriacismo desapareció, pero se alimentó la conservación de la identidad histórica y cierta añoranza de la autonomía política al estilo de las constituciones. La declaración de Antoni Campmany: “Cataluña es mi patria y España es mi nación” era un sentimiento de pertenencia doble, de identidad compatible. España construida sobre la base de pequeñas naciones. España unitaria pero plural. Un sentimiento de doble patriotismo que presidió el siglo XIX y buena parte del XX. Cataluña se veía a sí misma y se reclamaba como hecho diferencial sin necesidad de romper amarras, más bien al contrario, según subraya el rector de la Universidad de Lleida.

A juicio del experto, vale la pena recordar uno de los pensamientos del historiador Pierre Vilar: ”Los desencuentros entre región y nación, entre Cataluña y España, entre Estado y fuerzas vivas parecen amortiguados a finales de siglo. Nada recuerda las luchas pasadas y los hermanos se han sentado, por primera vez, en una mesa bien servida”. Efectivamente, catalanes y gobiernos borbónicos pusieron de su parte. En Cataluña vieron que los gobiernos absolutistas abrazaban el reformismo social, económico y cultural que ellos mismos profesaban y que les fue beneficiando para sus haciendas y proyectos vitales.

Fernández reconoce que es cierto que los borbónicos nunca dejaron de recelar algo de la lealtad de los catalanes y comprendieron que muchas de las propuestas que las clases dirigentes de Cataluña eran fórmulas válidas que podían servir para relanzar al conjunto de la monarquía. De esta forma, triunfó la mentalidad de que cuando un negocio es beneficioso para las dos partes, es buen negocio, aunque el acuerdo tuviera lugar en un marco que fue impuesto por las armas y que en su esencia no dejaba de ser centralista y autoritario. Una característica borbónica que formaba parte, excepto Inglaterra y Holanda, de la esencia Ilustrada que pensaba que ése era el mejor sistema para que los países más atrasados adquirieran más peso, ya que las colonias era donde se dirimía el futuro. Los catalanes aceptaron que mientras sus vidas avanzaran no tenían motivos de cambiar ni de país ni de monarquía, pero manteniendo la idiosincrasia propia dentro de España.

Historiadores que hacen de jueces
Roberto Fernández hace un llamamiento para que el “historiador esté obligado a luchar contra la mala influencia de la ideología en la ciencia histórica. No puedo admitir –añade- que los historiadores hagan de jueces sumarios del pasado. Hemos de comprender el cambio de las sociedades a partir de estudios imparciales y de la aplicación del método científico”. De esta forma, con la bata de investigador, el catedrático, rector de la Universidad de Lleida e ilustre hospitalense contribuye “al sagrado derecho de los ciudadanos de disponer de la mayor parte de verdad histórica, lo que supone un acto de buen patriotismo catalán”. El mismo acto de buen patriotismo catalán que tanto Fernández como el que suscribe, sentimos ante la senyera en Sant Boi en 1976, cuando disfrutamos del primer Onze de Setembre en libertad, aunque vigilada.

La alcaldesa de L’Hospitalet, Núria Marín, flanqueada a su derecha por el concejal de Cultura, Jaume Graells, y a su izquierda, por el rector de la Universidad de Lleida y catedrático de Historia Moderna, el hospitalense Roberto Fernández, y Joaquim Prats, coordinador del ciclo sobre el Convenio de Ospitalet y también catedrático de historia
La alcaldesa de L’Hospitalet, Núria Marín, flanqueada a su derecha por el concejal de Cultura, Jaume Graells, y a su izquierda, por el rector de la Universidad de Lleida y catedrático de Historia Moderna, el hospitalense Roberto Fernández, y Joaquim Prats, coordinador del ciclo sobre el Convenio de Ospitalet y también catedrático de historia
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