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La ciudad compacta

viernes 09 de abril de 2021, 08:00h
Tras un año de pandemia, muchas cosas han cambiado y probablemente, cambiaran más. Es muy probable que una de ellas sea, el modelo de ciudad en el que viviremos. El debate está servido.

Años atrás, prodigaron los defensores del modelo de ciudad compacta: una ciudad que asume su incremento de población sin expandirse, creciendo en vertical. Incremento de población sí, pero sin ocupar más suelo, compactando el existente y ganando vivienda en altura. Ciertamente es un modelo de desarrollo que tiene sus fundamentos: es más “sostenible”, en la medida que requiere menos equipamientos urbanos y minimiza costes de mantenimiento. Los defensores de este modelo, advierten de las dificultades de prestar servicios públicos (policía o bomberos) en muchas ciudades norteamericanas, extensas, en las que los barrios de viviendas de una o dos plantas, a cuatro vientos, se suceden a lo largo de kilómetros de calles que parecen infinitas. Quienes así opinan, con frecuencia concluyen su argumento afirmando que el sueño del President Macià (que las clases populares pudiesen aspirar a disponer de “la caseta i l’hortet”), es insostenible en el siglo XXI. Es posible.

La verdad es que me parece que ese debate sobre modelos urbanísticos, en el fondo es un debate de políticas sociales. Contradicciones no faltan: bastantes de los que defienden el modelo de ciudad compacta, no viven en un rascacielos o en un bloque comunitario de Bellvitge; tampoco en el Walden de Sant Just (algunos vivieron y ya hace años que se mudaron a una casa unifamiliar).

Cierto que no todo el mundo, aunque quisiera, dispondrá nunca de renta para vivir en casas unifamiliares. Cierto también que mantener servicios públicos en una ciudad extensa, es más costoso que los que necesita una urbe compacta. Pero nos merecemos un poco de sinceridad en el debate urbanístico: no es cierto que el modelo de ciudad compacta sea “progresista” y el sueño de “L’avi Macià”, sea una reliquia del siglo XX. Probablemente, en un futuro las administraciones tendrán que trabajar para que la población se distribuya en núcleos urbanos que repueblen la Catalunya interior; cuando menos, incentivarlo, con mejores servicios y posibilidades de encontrar empleo fuera del área metropolitana de Barcelona.

En cualquier caso, el debate está servido. La pandemia nos ha recordado algo que ya sabíamos desde la Edad Media: a mayor densidad de población, más mortalidad; peor calidad vida. La mayoría de la población, no participará en este debate urbanístico que apuntamos, pero el sentido común de los ciudadanos va por delante; el Ayuntamiento de Barcelona acaba de dar a conocer su encuesta sobre servicios municipales: tres de cada diez encuestados manifestaron que, si pudiesen, marcharían a vivir fuera de Barcelona. Sin disponer de datos contrastados, sí podemos constatar que el teletrabajo ha facilitado que muchas familias hayan convertido segundas residencias en viviendas principales. O que otras hayan decidido dejar Barcelona y vivir en poblaciones como Castelldefels o Torrelles; las variaciones del padrón, lo indican.

Redefinir el urbanismo que nos sirve, será una de las secuelas duraderas del COVID. III

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