No se trata de una mera adquisición de buenos hábitos: en municipios como l’Hospitalet hay muchos hogares cuyas dimensiones no facilitan la recogida selectiva; es fácil dudar en qué contenedor hay que depositar muchos residuos; hasta es sencillo confundirse de contenedor. Incluso a las campañas de concienciación habría que darles una vuelta: tienden a confundir concienciar con dar órdenes.
Lo que hay que hacer es explicar y mostrar todo el proceso de reciclado para que ningún ciudadano tenga la sospecha de que se trata de un esfuerzo estéril, porque es un rumor muy extendido que todo es un paripé y los residuos son nuevamente mezclados una vez recogido.
Cargar la responsabilidad del reciclaje en el ciudadano tiene un efecto relevante, y es que distrae la que le corresponde a la administración. La propia Agencia de Residuos de Cataluña advierte que “también hay que estar atentos a la eficiencia de los procesos de tratamientos de residuos”. El objetivo de reciclaje de la UE para 2020 estaba situado en el 50% de los residuos generados y aún estamos lejos de alcanzar ese objetivo. ¿Ponemos objetivos muy ambiciosos, equivocamos el enfoque, no ponemos los recursos suficientes o la culpa es de una ciudadanía incívica? En cualquier caso, cuando no se cumplen objetivos, algo hay que cambiar.
Los procesos de tratamientos de residuos son complejos y cada vez más técnicos. No cabe otra forma de abordarlos que desde la profesionalidad. Pero es inevitable tener presente el factor humano. El comportamiento de las personas, especialmente cuando se trata del público en general, no puede ser tomado como un engranaje. Sobre todo, cuando el progreso siempre ha ido en la dirección de hacerle la vida más fácil a las personas.
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