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Agonía en áfrica

Por Fernando Martín
miércoles 23 de julio de 2014, 13:48h
La prevalencia de noticias vinculadas a la crisis económica enmascara, de nuevo, el sufrimiento humanitario que se produce en el cuerno de África.
La situación de hambruna reconocida por la ONU el 20 de julio del presente año, en diferentes regiones del sur de Somalia, vislumbra la escasa relevancia informativa que se confiere a un auténtico drama humano, tras las semanas de aparente preocupación y posterior olvido del asunto.

Según informó la ONU a principios del pasado mes septiembre, cuatro millones de personas sufren la crisis alimentaria en Somalia, de las cuales 750.000 corren el riesgo de morir en los próximos cuatro meses, si no hay una respuesta adecuada.

El país vive bajo una permanente guerra civil y carece de un Gobierno efectivo que se halla en manos de señores de la guerra tribales, milicias islámicas y bandas de delincuentes armados.

Asimismo, la peor sequía padecida por el país en los últimos sesenta años y el elevado precio de los alimentos básicos constituyen el principal caldo de cultivo del agónico panorama que envuelve al país.

Los desplazados a campos de refugiados en Kenia han sido sometidos, en su largo viaje, a auténticas vejaciones y maltratos, sin la protección que cabría exigir a las instituciones internacionales destinadas a preservar la integridad de los ciudadanos somalíes.

Ahora bien, la comunidad internacional desvía la mirada y se preocupa de otros temas como la estabilización de países con ingentes recursos energéticos, no es el caso de Somalia y otros países de su entorno, Kenia, Etiopia y Djibouti.

Así, en estos países las organizaciones no gubernamentales denuncian a los respectivos gobiernos que las tierras más fértiles y productivas se transmiten a empresas foráneas para la exportación de alimentos, todo ello en un país donde paradójicamente millones de personas se mueren de hambre.

Por otra parte, qué decir de la hipocresía de los países desarrollados de occidente en cuanto a la venta de armamento militar a estos países, contribuyendo de esta manera a perpetuar la crisis humanitaria. En el caso de Etiopía, el año pasado gastó 338 millones de dólares en armas, si esa partida se hubiera destinado a combatir el hambre se habría salvado la vida de 3,8 millones de personas.

Para hacer frente a esa crítica situación, la FAO solicitó 70 millones de dólares a la comunidad internacional en concepto de ayuda de emergencia. Hasta el momento sólo ha recibido 20 millones. Esto demuestra la incapacidad del gobierno de Somalia y sus donantes para enfrentar la pobreza crónica del país, que ha marginado a las personas más vulnerables.

La realidad ha demostrado, como en tantas ocasiones del pasado, que los países occidentales esquilman los recursos de los países subdesarrollados, y tan sólo muestran una verdadera preocupación por aquéllos que pueden contribuir a aumentar su riqueza.

Para evitarlo, debemos acelerar la inversión en producción alimentaria en África, facilitar ayudas e inversión presupuestaria en infraestructura física, así como permitir la intervención pública para corregir los sucesivos vaivenes en los mercados como la continua volatilidad del precio de los alimentos.

Las señales de advertencia fueron visibles durante meses, pero se ha reaccionado con lentitud y la adopción de medidas se ha caracterizado por una excesiva burocracia. La ayuda de emergencia resulta de vital importancia, pero urge analizar las causas que la han desencadenado para evitar que suceda en el futuro. ||
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