En una vida plena de noticias desagradables, de guerras, atentados, de vidas destruidas, de accidentes de tráfico o, lamentablemente, del accidente de tren de Santiago de Compostela, etc., cabe destacar aquellas noticias que nos transmiten esperanza.
El pasado mes de julio, el Papa convocó a los jóvenes en Río de Janeiro (Brasil). Durante una semana el Papa Francisco transmitió y contagió la alegría de ser cristiano a todos aquellos que la quieran acoger. Una alegría no exenta del compromiso de combatir evangélicamente contra tanto dolor que se observa en la sociedad. Todos nosotros nos sentimos interpelados, sacerdotes y obispos en primer lugar.
El Papa Francisco hace atractiva la vida cristiana, la impregna de un entusiasmo contagioso, se dirige a la esencia del Evangelio: LA CARIDAD, nos presenta una vida más libre y sencilla sin tantos adornos inútiles, utiliza un lenguaje que no excluye sino que integra a todos aquellos que buscan la “verdad” sobre este camino que llamamos “la vida”.
La respuesta de los jóvenes fue generosa, cerca de tres millones de ellos acudieron a escucharlo, confirmar, renovar, alimentar y celebrar la fe de la Iglesia. Verdaderamente, ¡hay sed y hambre de Dios!, de todo aquello que es infinito, pleno, permanente y que dé consistencia a nuestra existencia, más allá de las modas ideológicas o de los bienes caducos; no por casualidad, la palabra “suerte” cada día es más utilizada en todos los ámbitos, incluso los intelectuales.
Quiero destacar de forma relevante la reflexión que nos ofreció sobre el futuro de nuestra sociedad:
a) Ésta debe ofrecer a los jóvenes la dignidad del trabajo, como auténtica escuela de responsabilidad y compromiso. Denunció el hecho de que millones de jóvenes sin perspectiva alguna de trabajo se decanten por el pesimismo, “pasotismo” e individualismo.
b) En una sociedad, cada vez más “utilitarista”, donde se prescinde de los abuelos y de aquello que pueden aportar, el Papa Francisco nos exhortó a escuchar y valorar la experiencia que estas personas han ido forjando a lo largo de su dilatada vida.
Los jóvenes son víctimas de una cultura “consumista”, de un placer fácil e inmediato, de una mentalidad donde la sensación y la ausencia del sufrimiento se han convertido en modelos a seguir, donde la “transcendencia” queda relegada a la mínima expresión, donde el egoísmo es el criterio dominante,… Ante esta situación muchos jóvenes, en su búsqueda de la verdad, dicen ¡Basta! Necesitan valores más consistentes y permanentes, necesitan sentirse protagonistas, buscan referentes más allá de caducidad y la provisionalidad que les lleve a entender su vida.
Muchos de estos jóvenes fueron a Río de Janeiro. Querían escuchar y vivir un encuentro con la única verdad que no es mutable: el Amor de Dios manifestado en Jesucristo. Encontrar sentido a nuestra existencia está grabado en lo más íntimo de nuestro ser, la respuesta ha sido dada: ¡Acojámosla!||