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La televisión basura

Por Fernando Martín
miércoles 23 de julio de 2014, 13:48h
La televisión basura
En los programas que paradójicamente registran las mayores audiencias televisivas, predominan los insultos y las descalificaciones mutuas.

Los participantes en ese tipo de “tertulias” alardean de mala educación, falta de modales y respeto a sus adversarios; no obstante, a mayor número de reproches más aplausos suelen recibir del público allí presente. Se trata de animar el ambiente para así conseguir una excelente cuota de pantalla.
El asunto debe hacernos reflexionar al hilo de que en un contexto de crisis económica y, fundamentalmente, de valores como la actual, y ante la ausencia de consenso entre los principales agentes sociales, económicos y políticos, el enfrentamiento y la rivalidad de los personajes populares en televisión constituya motivo de entretenimiento.

Además, el escenario político no permanece ajeno al huracán de vulgaridades como así nos demuestran en sus continuas intervenciones públicas, incluso en escenarios que habrían de resultar paradigmáticos como el Congreso, el Senado y los distintos Parlamentos autonómicos.

Dirimir las diferencias mediante voces e improperios, recurriendo incluso a gestos soeces, que incluso en ocasiones resultan ofensivos para los espectadores, en absoluto resulta una forma de actuar ejemplarizante.

Precisamente somos los ciudadanos quienes, mediante un comportamiento basado en la recuperación de una cultura de valores, ahora apenas presente, deberíamos rechazar el poder que se confiere a la vulgaridad en los medios televisivos.

Los supuestos “valores” que a través de estos programas se inculcan a la sociedad consisten en identificar la razón con vociferar y repartir groserías en una elevada proporción, para lograr el apoyo de la audiencia y así, continuar indefinidamente en la parrilla televisiva.

Asimismo, estos programas representan un peligro potencial para los jóvenes que, a la vista del éxito que alcanza el vulgar de turno, lo adopta como modelo a imitar.

La realidad que perciben nuestros menores, a través de estos programas, se basa en la consecución de cualquier meta, sin apenas esfuerzo y sacrificio, como así se vislumbra en programas que giran en torno a la llamada generación “ni-ni”.

La inexistencia de una regulación adecuada en materia de contenidos televisivos supone un asunto de importancia vital, máxime en una sociedad como la actual caracterizada por la crisis del modelo educativo, familiar, laboral o religioso, según afirman estudios sociológicos recientes.

La aplicación de una ley de contenidos audiovisuales realmente eficaz debería suprimir la emisión de los llamados “programas rosa” en horario de protección infantil, y apostar por otros más idóneos dirigidos a ese público que, lamentablemente, no parece contar en el porcentaje de cuota de pantalla.

Desde una lógica que parece desterrada, debemos reprochar el aumento del vocabulario vulgar en la televisión, así como la pobreza mental y lingüística que exhiben los componentes de este tipo de programas.

El refuerzo de los mecanismos educativos representa el principal caldo de cultivo para censurar y combatir la vulgaridad televisiva.
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