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El Papa en el Parlamento Europeo

Por Mossèn Pere Rovira
viernes 12 de diciembre de 2014, 00:24h
La foto del Papa Francisco fue la portada de casi todos los periódicos el 26 de noviembre. Fue la segunda visita de un Papa al Parlamento Europeo, tras la de Juan Pablo II en 1988. Entonces faltaba un año para la caída del comunismo y fue un discurso esperanzador.
El Papa, ahora, empezó su discurso reconociendo los deseos de los “Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.”

Quiso resaltar la importancia de la “Dignidad trascendente” y planteó una serie de preguntas que son un verdadero examen de conciencia: “¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad?”

Según los medios informativos el papa fue interrumpido con aplausos siete, doce o catorce veces. Sean más o menos, fueron muchas. Cuentan los cronistas que Pablo Iglesias aplaudió con ganas y declaró que “estaría encantado de invitar al Papa a su casa de Vallecas o visitarlo en el Vaticano”.

Su discurso sorprendió a algunos, quizá porque ignorar lo que enseña la Iglesia, o porque ven el mal ejemplo de algunos católicos o porque no quieren escuchar. Algo semejante le pasaba a Juan Pablo II cuando viajaba. Algunos le atacaban duramente antes de llegar, pero cuando se iba habían cambiado la actitud. El conocimiento cercano desmonta los prejuicios.

La frase que puede resumir su intervención es: “El Papa exige a Europa que se ocupe de las personas”. Recordó que la “soledad” enferma a Europa y se ha agudizado por la crisis. Sus “consecuencias dramáticas” se ven en los ancianos, en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; en los pobres de las ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que buscan de un futuro mejor. Y fue contundente al decir: “No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda”.
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