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El Walden cumple 40 años de utopía social
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El Walden cumple 40 años de utopía social

Por Joan Carles Valero
jueves 15 de octubre de 2015, 03:59h
Icono monumental de la comarca, el edificio hijo de la utopía y víctima del bajo presupuesto, sufrió el mal fario de que se desprendían las baldosas de su recubrimiento. La vida social de este barrio vertical y las fiestas de sus vecinos fueron memorables, hasta que la degradación física del edificio empujó a muchos de sus moradores a huir

Hay edificios que no dejan indiferente a nadie e incluso que dividen las opiniones hasta convertirse en polémicos. El Walden 7, que ahora cumple 40 años de vida, es uno de ellos. Icono monumental de la comarca, el edificio es fruto de la utopía y del bajo presupuesto. La maldición del desprendimiento de las baldosas que recubrían sus irregulares y geométricas paredes creó una leyenda negra que, tras su rehabilitación, ya forma parte del pasado. Cuarenta años después, el Walden recupera los ideales de convivencia alternativa con los que fue diseñado.

El “lifting” de su fachada rejuveneció uno de los primeros edificios diseñados por el arquitecto Ricard Bofill, que lo construyó junto a los silos de la cementera Sanson, donde instaló su vivienda taller.

La chimenea de la antigua fábrica, de 105 metros de altura, está coronada por El Mirador de Sant Just, un espacio lúdico con restaurante desde donde se puede divisar toda la comarca y al que se accede a través de un vertiginoso ascensor con suelo y techos transparentes. El restaurante es un espacio gastronómico panorámico elevado y de forma circular con las paredes acristaladas, situado en un anillo metálico que rodea la chimenea y punto de peregrinación de una gastronomía actual, de temporada, con productos locales, y un cuidado detalle.

El Walden 7 se levantó entre 1970 y 1974. Al año siguiente, empezaron a instalarse a vivir hasta un millar de jóvenes que aspiraban a un sistema de convivencia alternativo en lo que se antojaba un barrio vertical. Desde sus orígenes, generó amor y controversia a partes iguales. Memorables fueron las fiestas de finales de los años 70 y principios de los 80, hasta que muchos de sus moradores empezaron a huir (el que suscribe entre ellos) porque tanto el interior de las viviendas como el exterior del edificio empezaron a degradarse con la aparición de humedades, que se aceleraban al desprenderse las baldosas de su recubrimiento y por el fuerte viento que sopla en una zona que, precisamente, se denomina Pla del Vent.

Antes de que empezara la lepra del edificio, el Walden de aquella época era como una gran comuna en la que todos los vecinos se conocían y en la que en cada casa se hacía una actividad. Todos los habitantes eran más o menos de la misma edad, miembros de la clase media moderna e inconformistas dispuestos a vivir de una manera diferente. Un perfil que ya no se mantiene.

Las redes de la decadencia
Pronto se tuvo que instalar redes en todas sus plantas para impedir que la caída de las baldosas causara daños físicos a sus vecinos. Tantas redes extendidas dio un aire bélico a este barrio vertical con más de 400 viviendas cuyos habitantes se conocen como waldenitas. Son los que siguen deambulando por los más de 5 kilómetros de pasillos al aire libre que comunican horizontalmente las 16 plantas de este titánico bloque sobre el que existe la mala fama de haber sido construido con materiales baratos y tan dudosos como las baldosas.

En sus inicios, vivieron jóvenes intelectuales, como José Agustín Goytisolo, que dejó algunos de sus poemas escritos en letras de molde en las paredes del aparcamiento y zonas comunes que dan a los ascensores. Edificio diferente, abierto y con muchas posibilidades de comunicación, las viviendas tienen una estructura interna a partir de módulos de 30 metros cuadrados, que posibilita originales decoraciones. Cuando el visitante entra al edificio, se revela como una formación nada estática porque tiene muchos puntos de vista.

Torre de Babel
Es como una moderna torre de Babel alejada de la frialdad, porque fomenta la amistad y la solidaridad. El Walden se ha de conocer e incluso vivir en él para poderlo juzgar. Tras años de obras, polvo, ruidos y molestias, el edificio se recuperó de la lepra que sufrió y ahora vuelve a cumplir su objetivo utópico. Cada día, experimenta cambios de color según la luz y las estaciones del año.

Sin duda es uno de los más innovadores y emblemáticos edificios de viviendas de la arquitectura española contemporánea.

Con elementos de comunicación, tanto verticales (ocho ascensores y el doble de escaleras), como horizontales pasillos en forma de calles con originales nombres que comunican los distintos patios en todos los pisos, el edificio consta de una estructura interna de 18 torres que se desplazan, piso a piso, de sus cimientos, formando una curva que les lleva a tomar contacto entre cada una de ellas. El aspecto que presenta el resultado es el de un laberinto vertical, con siete patios interiores comunicados.

Todas las viviendas son diferentes, pero tienen una estructura común, formada a partir de módulos de 30 metros cuadrados, que pueden unirse entre sí para crear viviendas de distinto tamaño y dúplex. Todas tienen distintos tamaños: desde el estudio de un solo módulo, hasta la vivienda de cuatro módulos, situados en planta o en dos niveles. En total, son 31.140 metros cuadrados repartidos en 446 viviendas y una serie de espacios comunes, como las salas de juego y reunión en la planta principal y parking, los bares y tiendas de la planta baja, y las dos piscinas dispuestas en las azoteas.

El proyecto de Ciudad en el Espacio presentado por Bofill, fracasó en su día en Madrid, pero consiguió materializarse en un solar industrial de Sant Just Desvern, anteriormente ocupado por la fábrica de cemento Sanson. Con un presupuesto notablemente inferior al de las viviendas sociales de la época, Walden-7 se levantó como el comienzo de un barrio, pero al no continuarse el proyecto, el edificio ha quedado como un monumento y punto de referencia en el enjambre viario que le rodea.

Evitar el derribo físico y moral
El Taller de Arquitectura de Bofill ideó el edificio como la representación de una utopía. En los años posteriores al revolucionario “mayo del 68″ francés, Walden-7 nació después de trabajos de investigación y de creación como una propuesta para un conjunto de viviendas de gran densidad edificatoria por metro cuadrado y alternativa al bloque convencional de pisos, que era el modelo racionalista para hacer muchas viviendas concentradas sobre un trozo de suelo limitado, impuesto en todas las ciudades del mundo como única solución posible al problema de querer dar la máxima edificabilidad a los solares y así bajar el precio de las viviendas sociales.

Ingenieros, psicólogos, filósofos y arquitectos como Anna y Ricard Bofill, su esposa Serena Vergano, Salvador Clotas, el poeta José Agustín Goytisolo, Manolo Núñez Yanowsky o Joan Malagarriga participaron en el diseño del proyecto. El edificio se planteó como viviendas sociales. Se llenó muy rápido porque era barato, comparado con el resto de pisos de Sant Just Desvern, municipio que pasa por ser el más caro de Cataluña.

La imagen de Ricardo Bofill como arquitecto quedó afectada por el mal fario de las baldosas, pese a la modernidad y anticipación del Walden, porque a partir de 1977, debido a defectos de construcción, su sueño pareció hundirse. El edificio lloraba baldosas al enfrentarse a la realidad de unos costes excesivamente baratos y comenzó una larga travesía del desierto, no exento de frustración de las ideas coincidiendo con un fuerte cambio social, tanto en Cataluña como en el resto de España. No es hasta 1986 cuando el Walden 7, fruto de un acuerdo entre los vecinos y las administraciones, evita el derribo físico y moral. En el año 1993 se aborda su definitiva rehabilitación. Y una vez regenerado, empieza a materializarse la utopía. III

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