A lo largo de la historia el ser humano ha demostrado en muchas ocasiones su inclinación a apropiarse de todo, de sus méritos y logros, de sus conquistas y triunfos, del orden natural y todo aquello que hemos recibido como administradores.
Un ejemplo cercano lo percibí el otro día, cuando se entregaron los premios futbolísticos por excelencia (el famoso “balón de oro”). De todos los premiados, me sorprendió un joven brasileño de la cuarta división de su país que ganó el trofeo al mejor “gol”; no destaco tanto por el “gol” sino la forma de celebrarlo en su breve discurso. De todos los premiados (jugadores de élite como Messi, Neymar y Ronaldo, entre otros), sólo él empezó su agradecimiento dirigiéndose a Dios como primer destinatario para posteriormente hacerlo con su familia. Un jugador de fútbol humilde, que trabaja en un comercio familiar, fue el único que no tuvo ningún complejo, ni vergüenza para proclamar su gratitud a Dios. Una gran lección que todos deberíamos aprender, sobre todo aquellos que nos autodenominamos creyentes. Los otros ganadores (todos ellos multimillonarios, idolatrados por sus respectivas aficiones, que ocupan grandes espacios mediáticos, grandes campañas publicitarias, ...) no pudieron, no se atrevieron o no quisieron reconocer de donde les vino y les viene el triunfo.
Es una actitud muy común en esta sociedad, tan prepotente y autosuficiente. Acudimos a la palabra “suerte” con mucha frecuencia para agradecer los éxitos de la vida. Nos da cierta vergüenza utilizar el nombre de Dios cuando esta misma vida nos sonríe, triunfamos o simplemente nuestros proyectos se realizan según nuestra previsión.
En contraste con el hombre premiado públicamente, quiero compartir un testimonio también triunfador, de un niño de 12 años con una grave y rara enfermedad (uno entre doscientos mil niños la tienen y necesitan quimioterapia a menudo) que se dedica a escribir cuentos para niños mientras está convaleciendo. Su triunfo no es un trofeo, ni un aplauso, ni una medalla olímpica, ni una entrevista televisiva, ... su triunfo radica en que también daba gracias a Dios por que esta enfermedad le permite acercarse a muchos niños del mundo. Un niño enfermo que sabe contemplar la vida con una mirada agradecida, fruto de una experiencia de amor, más allá del dinero, fama o reconocimiento público.
¿Por qué tenemos tanta dificultad, especialmente los creyentes, para expresar nuestra gratitud a Dios? Nada es merecimiento nuestro, todo es recibido gratuitamente; ¡ojalá! seamos buenos administradores de estos dones regalados. Tanto el futbolista como el niño supieron mirar en la dirección correcta. III