La Navidad no, no es una mierda. Cuando somos jóvenes, y transgresores, odiamos las reuniones familiares. Y más tarde, bueno, querríamos volver al pasado; calzarnos en los cuerpos diminutos que fuimos una vez; viajar al pasado; colarnos en una de aquellas fiestas tediosas y abrazar a los ahora ausentes. Ellos no lo sabrían, pero nosotros sí.
Cuando somos jóvenes, nos creemos los más listos del lugar. Andamos por la ciudad tan seguros de nosotros mismos que somos incapaces de imaginar que es cuestión de poco tiempo que nos caigamos de bruces sobre la acera. Ocurre unas cuantas veces. El truco está en levantarse, limpiarse la sangre de la nariz y seguir andando. Hay que esperar un poco y, vuala, te encuentras disfrutando a tope de la siguiente Navidad. Sucede que han llegado los más pequeños de la siguiente generación y la casa no necesita de demasiados adornos navideños para llenarse de luz.
No se trata del código de creencias o el modelo de espiritualidad que acompaña a estas fiestas (cada uno siente lo que siente, cree en lo que cree), pero hay algunas navidades en la vida que se extienden como una manta protectora a nuestros pies. Con el frío enganchado en la cara, organizamos comidas, visitamos mercadillos, llamamos a los viejos amigos, recorremos los rincones de la ciudad en busca de libros y botellas de colonia. Y lo hacemos con la intensidad y el ritmo recuperados después del letargo del pasado otoño. ¡Somos felices!
La navidad baixllobregatina del 2025 está a punto de desplegarse de la misma manera que esta nueva edición de ‘El Llobregat’ en las manos del lector. Disfrutemos de esta pausa de lectura. Será, como las anteriores, un destello luminoso que nos cegará por un tiempo y que nos hará soñar en un otro ‘yo’ capaz de acudir disciplinadamente al gimnasio, estudiar un segundo grado universitario o aprender, esta vez sí, inglés el próximo año.
Estos días tienen mucho de razonamiento mágico, el modo de pensamiento de los niños. Fantaseamos con el futuro y abrimos un paréntesis de probabilidades que casi nunca llegan a buen término a partir del 2 de enero. Los adultos imitamos durante estos días a los ‘peques’ y soñamos, soñamos, soñamos. Situamos nuestra mirada al mismo nivel que los ojos de las criaturas, los cogemos de la mano y volamos a ras del suelo buscando sumergirnos en nubes de azúcar.
Este es precisamente el aspecto que más me entusiasma y al mismo tiempo más me intriga de la Navidad. Hemos desarrollado como sociedad con el paso del tiempo un mecanismo complejo, sofisticado e infalible de la mentira que llega a todos los ámbitos de nuestros municipios y ciudades con el único objetivo de hacer felices a nuestros hijos y nietos. Hay momentos durante el mes de diciembre que también creo firmemente en tres tipos mayores, procedentes de tierras lejanas, que son más efectivos que Amazon en el reparto de paquetes.
Llámenme sentimental, pero me emociona que política, economía, empresa, medios de comunicación sindicatos, salud... todos los motores de nuestra sociedad... operen de manera conjunta para elaborar esa hermosa mentira.
Feliz Navidad, feliz solsticio de inverno o felices fiestas. Cada uno escogerá la fórmula que mejor le representa, pero es innegable la intensidad emocional que suponen estas fiestas. Es un pretexto para situar a los más pequeños en la cúspide de la pirámide social; pasar tiempo con nuestros mayores y hablar de los viejos tiempos con los amigos. Es fantástica la Navidad. Disfrútenla y no se quejen, sin tienen la suerte de gozar de cierta salud y el bienestar material suficiente. ¡Felices fiestas a los baixllobregatinos del mundo! III