La Comisión Europea aprobó hace unas semanas el uso de polvo de larvas de gusano como ingrediente en diversas categorías de alimentos. La normativa no impone su uso, sino que lo recomienda a la vista de que el cambio climático amenaza las cosechas y con ello la producción futura de alimentos para personas y animales. Además, los resultados en el laboratorio son imbatibles: la harina elaborada a partir de insectos son un super alimento rico en proteínas y con multitud de otras propiedades nutritivas.
Sin embargo, la aplicación de la normativa europea no será fácil. El Gobierno de Meloni ya ha anunciado que obligará a los supermercados italianos a separar y etiquetar los alimentos elaborados con harina de insecto para así salvaguardar la dieta mediterránea... Una coartada cultural que también utilizarán otros países con una fuerte identidad gastronómica.
Todo indica que estamos ante un nuevo episodio de esa guerra cultural tan actual, la que enfrenta soluciones globales a otras de tipo identitario. Llegados a este punto, podemos agradecer que desde la Unión Europea se ofrezcan soluciones para una alimentación sostenible en el futuro; y también podemos entender que los gobiernos quieran preservar sus tradiciones gastronómicas. Por este motivo, y con el fin de desatascarlo, quizá resulte útil introducir en este debate el concepto de soberanía alimentaria.
Profundizar en las políticas agrícolas basadas en la sostenibilidad, orientadas a atender las necesidades alimentarias de la población teniendo en cuenta los intereses de productores y consumidores, sería una muy deseable hoja de ruta para los gobiernos europeos. Y si tales políticas encontrasen una base común en un marco regulatorio como el de la Unión Europea, todavía mejor.
Quizá de esta manera, apelando al bien común, la tensión entre el normativismo de la Comisión Europea y las posturas más tradicionalistas pueda apaciguarse. La virtud se halla en ese punto intermedio en el que la identidad no solo no se sacrifica al interés general sino que además sabe convertirse en su mejor aderezo. Como una buena carbonara. III