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Realidad o simulación. La inquietante pregunta a la que Philip K. Dick nos obliga a enfrentarnos hoy
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Realidad o simulación. La inquietante pregunta a la que Philip K. Dick nos obliga a enfrentarnos hoy

Por David Aliaga Muñoz
sábado 07 de junio de 2025, 16:00h
No me parece casual que la obra del escritor estadounidense Philip K. Dick haya cobrado nueva vigencia en los últimos años. Es cierto que su trabajo nunca ha dejado de formar parte de la conversación literaria desde que a principios de los sesenta El hombre en el castillo (1962) recibiese el Premio Hugo, pero la aceleración que ha experimentado la tecnología relativa a la inteligencia artificial y la realidad virtual en los últimos años, el hecho de que nuestras vidas se desarrollen cada vez más en territorio cibernético, ha devuelto la mirada de los lectores a las miles de páginas que escribió este maestro de la ciencia ficción. Y es que, aunque en ocasiones sus novelas gravitan alrededor de temas de aliento político como los mecanismos de control del Estado y las dinámicas de consumo capitalista, el interrogante fundamental que atraviesa los títulos más interesantes de su bibliografía tiene que ver con una preocupación de renovada contemporaneidad: ¿Qué es la realidad?

La pregunta es más compleja de lo que puede parecer a simple vista. Los filósofos llevan algún que otro milenio tratando de dirimir la cuestión. Ya en el siglo IV A.C, Platón teorizaba sobre los límites que el conocimiento y la percepción sensorial imponían a la comprensión humana de lo real. En el siglo XVII, el dramaturgo Calderón de la Barca escribió a su más célebre protagonista inquieto ante la posibilidad de que la vida no fuese sino un sueño del que despertamos al morir. Por su parte, más que ofrecer a los lectores una respuesta cerrada, los textos de Philip K. Dick vienen a agitar las ideas en torno a esta cuestión.

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) presentaba un tipo de inteligencia artificial tan avanzada que resultaba complicado distinguirla de los humanos de carne y hueso, tanto que ni humanos ni replicantes pueden estar seguros de su condición. La novela se desarrolla alrededor de la tensión, de la incerteza, sobre lo que constituye la esencia de ser humano. En Los tres estigmas de Palmer Eldricth (1965), el novelista estadounidense jugaba a confundir distintos niveles de realidad a partir de una droga, el Can-Di, que permite a quienes la consumen trasladar su mente al cuerpo de unos muñecos —trasuntos paródicos de los ya entonces populares Barbie y Ken—, para los que pueden comprar complementos, escenarios… y vivir, a ratitos, una existencia alternativa más libre y gozosa. En ese tránsito entre planos, los protagonistas se preguntan, por ejemplo, si cuenta para la vida real si en ese otro escenario se acuestan con otras personas, si le hacen daño a alguien.

Experimentación con drogas y estados alterados

El proceso de indagación de Dick sobre este asunto no se limitó al territorio de la ficción literaria. Contemporáneo de beatniks y hippies, el escritor comenzó a experimentar con el consumo de drogas que le permitiesen inducirse estados alterados de conciencia, en los que tener una percepción distinta de la realidad y poder explorar sus espacios intersticiales: “Si no les gusta este mundo, ¿por qué no prueban alguno de los otros?”, sugería el título de una conferencia que dictó a finales de la década de los setenta.

Uno de los primeros fotogramas (y tal vez uno de los más icónicos) de la película ‘blade runner’ (1982), basada en la novela de Philip K Dick que se titula “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”

Por esa época, después de que su tercera mujer se apartase de él, el uso recreativo e intelectual de sustancias como el LSD, las anfetaminas o los sedantes se le estaba yendo de las manos y terminó por sumirlo en un infierno personal y económico, en el que aún así fue capaz de escribir la que algunos críticos consideran su mejor novela: Ubik (1975).

Una narración dentro de otra narración

La lectura de Ubik resulta desconcertante por cuanto su estructura de cajas chinas, que encadena una narración dentro de otra narración dentro de otra narración…, busca, de alguna manera, reproducir a través de un artefacto textual un viaje más allá de las limitaciones que impone una concepción materialista del mundo. En esta obra de madurez, Dick regresaba sobre otra hipótesis que también había integrado en Los tres estigmas de Palmer Eldritch, la posibilidad de que la existencia no fuese sino una simulación, el sueño de un demiurgo…

El consumo continuado de estimulantes y alucinógenos avivó algunas patologías psiquiátricas que el escritor estadounidense probablemente arrastraba desde la infancia, volviendo su percepción de la realidad todavía más compleja, en un sentido amplio del término: enriquecedora y estimulante en su expresión literaria y filosófica, pero gravosa en lo relativo a su relación con el entorno, a su estar en la tierra. La mente del escritor se había abierto a todo tipo de percepciones extraordinarias, pero también había comenzado a producirle delirios paranoides. Aseguraba que estaba siendo espiado por la CIA, monitorizado por la KGB. En su maravillosa biografía Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (1993), Emmanuel Cárrere describe la tristeza que le produjo escuchar a Philip K. Dick, en una conferencia que dictó en la ciudad francesa de Metz, afirmarse profeta o contactado, en cualquier caso, receptor de una voz de procedencia desconocida —divina o extraterrestre—, que le hacía revelaciones sobre la realidad. Ya no se trataba de alegoría o hipótesis, sino de verdad develada.

Planteamientos no tan descabellados

Parece de sentido común pensar en estas últimas teorías de Dick como delirios patológicos y ensoñaciones teofánicas. Creer en su condición de profeta implica un ejercicio de fe, claro. Sin embargo, el avance de la inteligencia artificial o de las realidades virtuales parecen proyectarnos hacia un futuro en el que no resultan tan descabellados algunos otros de los planteamientos dickianos, ya fuesen el fruto de su inteligencia preclara, la activación lisérgica o la revelación. El uso de las redes sociales que apreciamos en algunas personas, por ejemplo, sugiere un desdoblamiento, la construcción de una experiencia vital alternativa, virtual, no tan alejada de la que leemos en Los tres estigmas de Palmer Eldritch y cuyos efectos a largo plazo sobre la percepción de la realidad no tenemos claros.

La duda de esos dos personajes que se preguntan sobre las implicaciones éticas de engañar a sus parejas en esa realidad alternativa bien podrían hacernos pensar en el fenómeno de los trols o del ciberacoso por parte de personas que no se comportan de ese modo —al menos no todas, no todavía— cuando no están delante de una pantalla. Una conducta, la de ese desdoblamiento virtual de la vida, que tanto en nuestro tiempo como en el libro viene motivada por una similar insatisfacción terrenal. Ya los entendamos como perspicaces alegorías o como visiones extáticas, reveladas, las novelas de Dick escritas hace medio siglo parecen aportarnos algunas claves para descifrar el presente y anticipar lo que nos espera. III

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