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EL PRISMA

El lado oscuro del cine con solo cerrar los ojos

El lado oscuro del cine con solo cerrar los ojos

Por Lluis M Estruch
viernes 03 de octubre de 2025, 12:58h
Muchos cerramos los ojos cuando en una sala de cine a oscuras presenciamos escenas violentas o vemos la aparición de animales o seres fantásticos que nos sorprenden e incluso repelen. Unos segundos nos bastan. Pero en las películas propiamente de terror, un género ascendente, con buenas taquillas y en general de bajo coste, este truco no basta. El ‘continuum’ de sorpresas de suspense, aderezadas con música y efectos especiales, nos pueden llevar a abandonar la sala o hasta a oír, en ocasiones, gritos de algún ingenuo espectador. Son films no recomendables para menores.

Últimamente, la industria audiovisual española y la catalana en particular han cultivado el género de terror con fortuna y modestos presupuestos. Jesús Franco y Paul Nashy, unos precursores, eran auténticas máquinas de rodar y producir películas ‘gore’ de la serie B. Incluso ya coproducidas con extranjeros. Muchas sesiones dobles incluían algún film de terror, con todas las variantes posibles. Los exhibidores ponían en verano en salas bien refrigeradas unas programaciones de películas “de miedo”. La censura, durante años, impuso restricciones a este tipo de cine. Pero el género de terror aguantaba y atraía a directores de fuste. Suspense, terror, y lo fantástico. Incluso entre los cinéfilos, el género ya cotizaba al alza y salvaba la marginalidad. Roger Corman y G. Romero (EE.UU.) eran venerados como grandes patriarcas del tema.

Los expresionistas alemanes, un tanto olvidados, quedaban ya para los cultos especialistas en historia del cine. El cine es un arte y sobre todo una industria. El maridaje entre ambos a veces cojea. En el cine de terror, la calidad debe tener una recompensa inmediata en la taquilla. Por muchas razones, el género es popular: la prueba es el Festival de Sitges, una ciudad ya famosa de por sí, pero a la que el Festival ha potenciado a nivel turístico e internacional.

Hoy, otras localidades buscan la notoriedad facilitando localizaciones para rodajes cinematográficos y ‘spots’ publicitarios. En muchos Ayuntamientos tienen departamentos y encargados de promocionar los rodajes en su territorio. L’Hospitalet y El Prat, se llevan la palma en cuanto a resultados logrados. Se recuerdan los estudios de “Esplugas City” de los Hermanos Balcázar, especialistas en ‘westerns’ de bajo coste. Solo es ya un recuerdo. Otros municipios lo han intentado reproducir, como en la proyectada “Ciudad del Cine” de Sant Boi, un “bluff”, al igual que los dos rodajes ultimados en el Parque Marianao sin más continuidad.

Sabido es que con Franco abundaron las superproducciones con EE.UU. a través de facilidades fiscales y ayudas diversas que podían llegar hasta a movilizar a miles de soldados, como extras. España es un país con buena luz y paisajes diversos. Almería y sus poblados, donde el “espagueti western” prosperó, es una muestra de que las facilidades de rodaje, siempre van unidas a la complicidad gubernamental. Al acabar éstas, el cine, una industria oportunista, se traslada incansable a nuevos escenarios.

Pero si J. Balagueró consiguió con un rodaje en una escalera del Ensanche grandes retornos taquilleros en una serie de terror, ¿por qué no persistir en el tema? El ejemplo ha calado y los J.A. Bayona y Amenábar han tanteado con fortuna el género de suspense y de terror. Son los ya consagrados los que dan una dimensión industrial a un cine español que Bardem motejó en los años 50 de “raquítico” . Tal vez estos intentos municipalistas, con festivales, semanas especializadas y eventos diversos, cuajen en una dimensión ‘pimec’ o ‘crowdfunding’, que permita con más éxito aquellos imaginativos recursos de financiación de A. Ribas para su film “La ciutat cremada” (1976): accs, pagarés, venta de entradas anticipadas (como el Barça) hasta culminar su costosa producción, con escenas de “meriendas fraternales federalistas”, rodadas en la ladera del monte de Sant Ramón en Sant Boi de Llobregat.

Y es que el cine, el buen cine necesita dinero como industria para funcionar y dar buenos resultados económicos, lo otro puede ser accesorio. Aunque, sí caben las excepciones, como el film de terror “Enterrado” de Rodrigo Cortés, que con un coste de tres millones de dólares consiguió un retorno de 38,5 millones. La película fue rodada íntegramente en Barcelona, con Ryan Reynolds de único protagonista. Ambos (Ribas y Cortés) son un ejemplo para cineastas noveles que solo buscan subvenciones sin intentar la autofinanciación o los patrocinios privados. En EE.UU ha habido casos de films rodados con IPhone con recorrido festivalero y de taquilla.Sean Baker rodó así un film premiado: ‘Tangerine’ sobre la prostitución. Más difícil es hacerlo con el género de terror y fantástico que necesita un mínimo de recursos.

El cine de terror puede ser un entreno para afrontar la tensión cotidiana o para minimizar los “sustos” recientes que la geopolítica europea nos depara. Una edil preguntó en un pleno si existía una relación de refugios antinucleares en Sant Boi. Nadie supo contestarle. Ni Protección Civil. Y este es el verdadero tema terrorífico, tan actual, del film “Teléfono rojo. Volamos hacia Moscú” de Kubrik (1964). III

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